domingo, 27 de noviembre de 2011

La “res” técnica


Que no se confunda nadie, el término “res” viene del griego “cosa”(o sea que no es una vaca), con lo cual el título (con ínfulas académicas) sería algo así como “la cosa técnica”, entendiendo por “técnica” la acepción griega de “techne” que significa “el funcionamiento real de”. Si alguien cree que fumé algo raro o que estoy tratando de imitar a Grondona, nada más lejos de mi intención; pretendo nada menos que señalar algo que sistemáticamente ocurre desde la llegada de la democracia a estas tierras allá por 1983.
En realidad la cosa técnica es comprender como funcionan las cosas, de modo de poder actuar sobre ellas, en buen romance: si uno no sabe de mecánica ni pensar en intentar rectificar el motor de nuestro auto. Tratar de establecer esto, es hablar de una verdad de Perogrullo, o en lenguaje académico una “tautología” (me indigesté con el diccionario), pero existe un ámbito que escapa a esta “tautología “: la administración pública.
Desde la llegada de la democracia hemos elegido a quien nos gobierna, pero la persona que elegimos no puede decidir en forma directa sobre todos los temas del gobierno, por ello designa a ministros y secretarios, quienes en sus distintas áreas toman las decisiones en concordancia con quien ha sido ungido por el voto popular. Estos ministros y secretarios designan a su vez secretarios y subsecretarios, quienes deciden en concordancia con ministros y secretarios, pero estos también designan funcionarios políticos (para diferenciarlos de los funcionarios de planta permanente del personal del estado) para que lleven adelante las políticas públicas de gobierno, aquí aparece la “res” técnica.
En esta delegación del poder de tomar decisiones se llega al punto donde la decisión es de naturaleza operativa (este término no tiene ni connotaciones quirúrgicas o militares, sino que se refiere a realizar algo físicamente) y allí interviene la “res” técnica, pues esas decisiones deben realizarse armonizando los lineamientos políticos establecidos desde las altas esferas del gobierno y la realidad existente en el ámbito de acción específico del funcionario político. Aquí la “res” técnica es la capacidad de tomar una decisión que permita realizar operaciones, o actos de la administración pública, que sean la expresión de los lineamientos políticos de los distintos estamentos del gobierno y que sean de “realización efectiva”.
La armonía entre estos dos requisitos de la función pública requiere: primero que exista en el funcionario una ideología concordante y consistente con la de los niveles superiores de gobierno, y segundo que se tenga un conocimiento y experiencia suficiente en su área de desempeño, aquí se pone de manifiesto la “res” técnica. Atendiendo a los requisitos enunciados tenemos cuatro categorías de funcionarios: quienes tienen condiciones ideológicas y técnicas, quienes tienen condiciones ideológicas pero no técnicas, quienes tienen condiciones técnicas pero no ideológicas y quienes no tienen ni condiciones técnicas ni ideológicas.
De las anteriores  categorías, la primera constituye el grupo de los “rara avis” que logran un buen desempeño de su gestión, son como las brujas: no existen, pero que las hay ¡las hay! La segunda categoría se nutre principalmente de “cuadros políticos” alguno de los cuales suelen recurrir  a un adecuado asesoramiento técnico y logran cumplir su gestión en forma razonable; quienes creen que la ideología suple el conocimiento técnico suelen generar conflictos y arrastran su gestión a previsibles fracasos. Quienes pertenecen a la tercera categoría suelen llevar adelante gestiones “administrativas” prolijas, pero el resultado o bien es intrascendente (generalmente por no hacer nada significativo)  y entra en conflicto con otras áreas de gobierno o directamente con los lineamientos políticos del gobierno. En la cuarta categoría tenderíamos a pensar que no habría nadie, pero nada más errado,  ya que desde el advenimiento de la democracia no faltado nepotismo, amiguismo y pago de favores, me eximo de hacer referencia a los resultados de tales gestiones, ya que todos conocemos casos de ese tipo en delegaciones, entes o ignotas direcciones; solo podemos decir de los resultados que se obtienen que evidentemente, y salvo cuestiones fortuitas, son los peores.
Para no cansarlos con la demostración de este planteo, tomemos el  gobiernos de Alfonsín (para evitar cuestiones coyunturales) y pensemos en Dante Caputo, Enrique Nosiglia y Antonio Mucci como representantes de las tres primeras categorías, para buscar en la cuarta debemos ir hacia lugares de la función pública poco conocidos y cualquier nombre no sería compartido por todos, salvo quizás el de Ricardo Alfonsín (h). En el resto de los gobiernos que siguieron se pueden colocar nombres en las distintas categorías y ver los resultados de su gestión, lo interesante es que cuanto más se desciende en las jerarquías de la administración pública, más notorio se hacer la presencia de las tres últimas categorías.
En síntesis, los resultados de cualquier gestión de gobierno requieren que las designaciones de los funcionarios políticos de las últimas líneas sean en extremo minuciosas, porque no solo traerán conflictos en su gestión, sino que decepcionarán a muchos militantes que estando posición de ver quienes ocupan esos cargos, y teniendo más condiciones, observan el ascenso de  quienes carecen de ideología, militancia y una real capacidad técnica.