sábado, 23 de octubre de 2010

El límite es la vida

Confieso que esta frase, que recibí en un mail que empezó a circular después de los incidentes que costaron la vida de un joven de 23 años, me conmovió. Volvieron a mi cabeza rostros de compañeros de colegio, de profesores y de desconocidos cuya vida era arrancada por la violencia de una burocracia político-sindical. Corrían los primeros años de la década del 70 y “la violencia de arriba generaba violencia de abajo”, pero los muertos no eran los de arriba, eran jóvenes, eran los chicos los que recibían los disparos asesinos.

En esos años no me identificaba con el peronismo, creía como creo, en un movimiento nacional, popular y progresista, pero me distanciaba del peronismo la violencia, una violencia que se descontroló, y que se ejercía desde distintas posiciones del movimiento, una violencia que terminó invocando al peor de los demonios: la dictadura militar. En esos años estaba deslumbrado por la lectura de los documentos de la FORJA, autores como José María Rosa, Scalabrini Ortiz o Jauretche me acercaron al PI. Tuve la oportunidad de conocer personalmente al Dr. Alende por gestión del padre de un amigo mío; eso selló mi acercamiento al Partido Intransigente ya que la luchas internas del peronismo, por el que no sentía rechazo, me impedían acercarme a él. Ese distanciamiento del peronismo fue, en gran medida, por que los sectores con los que tenía más afinidad adherían a propuestas basadas en la violencia o directamente a las teorías del foco.

El comienzo del tercer gobierno de Perón dio origen a una lucha armada entre sectores de izquierda y derecha, la burocracia sindical se alineó con sectores de la derecha peronista y en Bahía Blanca todos recordamos patotas de sectores sindicales ligados al dirigente sindical Rodolfo Ponce. En esos días era común que aparecieran jóvenes dirigentes opositores baleados o muertos en las rutas. Recuerdo que alguien con mal gusto, puso un cartel en un sector donde solían aparecer estas victimas, diciendo: “Prohibido arrojar cadáveres”.
La violencia no disminuyó, sino que a la muerte de Perón, la triple A comenzó una escalada de violencia desde el propio gobierno que culminó con la peor violencia de todas, la que generó el terrorismo de estado, durante el llamado proceso de reorganización nacional. La barbarie de esta violencia opacó cualquier violencia anterior ocurrida en el periodo de gobiernos constitucionales e incluso en el anterior período del gobierno militar dictatorial, llamado revolución argentina.

Durante esos años, vi que la mayoría las victimas de esa violencia eran jóvenes que pertenecían al movimiento peronista, el aparato burocrático político-sindical sufrió solo detenciones simbólicas (si se las compara con las detenciones, torturas y desapariciones que sufrieron los jóvenes militantes).
Cunado terminó el horror, creí que habíamos aprendido la lección, que la violencia no sería mas un instrumento de la política y mucho menos que se ejercería por parte de la cúpula de la burocracia sindical. Alende me había decepcionado, su foto con los militares en Malvinas, avalando el desesperado intento de una cúpula militar en decadencia por mantener el poder me alejó del partido intransigente. Malvinas pudo ser un error admisible para los jóvenes que sentíamos la necesidad de una reivindicación histórica de nuestro derecho soberano, pero no para un hombre de la trayectoria de Don Oscar.

En esos años descubrí un Perón que no había conocido, heredé de mi abuelo (que lo había conocido en la Escuela Superior de Guerra) un montón de libros sobre el peronismo, libros que estuvieron prohibidos y que se salvaron en los baúles del sótano de su casa. Descubrí la dimensión del estadista, la pasión del hombre, descubrí a Evita, comprendí al movimiento y desde entonces me sentí parte del movimiento. Aprendí con la militancia la diferencia entre partido y movimiento, encontré la ética cívica en la acción política que reivindica la búsqueda del poder como medio para producir los cambios que necesita la patria y no como fin. Acepté que los cambios que se requieren no pueden llegar sin que los intereses que se van a perjudicar resistan y que la violencia puede ser inevitable, pero con un límite: LA VIDA.

Ayer ese mail, me hizo recordar todo ese proceso, pero por sobre todo mi límite para aceptar cierta violencia imprescindible cuando se alteran la relaciones de poder. Por eso fui a la plaza para reclamar por ese chico de 23 años, por eso hablé con mis alumnos de la universidad que tienen mas o menos la misma edad, por eso reafirmo mi convicción, puede existir violencia cuando se alteran la relacione de poder, pero EL LÍMITE ES LA VIDA.

JUICIO Y CASTIGO A LOS CULPABLES DEL ASESINATO DE MARIANO FEREIRA, CARCEL A LOS INSTIGADORES Y RESPONSABLES DIRECTOS Y CONDENA SOCIAL A LOS RESPONSABLES POLÍTICOS

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