El
problema no es la economía es la política (antes del 29 de agosto
de 2018)
El
número que atormenta a casi todo el país es que en lo que va del
año el dólar duplicó su valor, algo que según el álgebra que se
utilice para calcularlo, dará un 100% o un 50% (milagro aritmético
que hacen los economistas, según utilicen la diferencia entre valor
actual y valor de referencia, o al revés). En contra de la opinión
de muchos, considero que el problema no es económico, sino político.
Para
fundamentar esta afirmación podemos, en primer lugar, un argumento
económico, ya que los economistas dicen que determinados precios son
determinados por la oferta y demanda (si la demanda es elástica) y
que la demanda puede ser producto de las expectativas las cuales no
siempre son racionales. En este caso se generaron distintos hechos de
naturaleza política que crearon un ambiente de duda respecto a la
real situación económica. Esta economía real es la que se aprecia
en la producción agropecuaria, la actividad industrial, financiera y
comercial. Si repasamos estas áreas, veremos que los números no se
corresponden con una crisis real como sería una catástrofe natural,
una perdida importante de cosechas, o una crisis tecnológica.
¿Que
produjo la crisis cambiaria? Una crisis de confianza, pero no por un
hecho en particular, sino por una suma de hechos, cuya naturaleza
fueron de origen político. El primer hecho fue la soberbia de varios
funcionarios del gobierno de Cambiemos, luego de la elección de
2017, creyendo que ganar una elección validaba una mala gestión y
la falta de planes políticos que dieran previsibilidad a una gestión
donde las equivocaciones fueron frecuentes (hay que dejar en claro
que equivocación y error no suele ser lo mismo).
Un
segundo factor de la crisis de desconfianza fue la falta de
centralización de la política económica, si bien sería esperable
que personas surgidas del ámbito empresarial estuvieran
familiarizados con el concepto y práctica de la sinergia de
organizaciones. Algo que surge naturalmente en organizaciones con una
fuerte conducción personalista, o se ajusta con permanentes
recambios de aquellos que se apartan, por distintos motivos, de los
objetivos prefijados. En un entorno donde priman los objetivos
comunes y no hay conflictos entre las partes, es posible un
liderazgo light y el manejo por los distintos “tableros de control”
que abundan en las teorías del management. Pero en política, los
objetivos de los miembros de un gabinete no son los mismos ya que
existen distintas motivaciones e intereses; así es inevitable que
surjan conflictos y por lo tanto no es factible una conducción
basada en el “laisser faire” que suele ser frecuente en los
ámbitos empresariales. En este entorno, los tableros de control solo
reflejan una pequeña parte de lo que sucede, lo que hace imposible
un control eficaz de la acción de gobierno.
El
tercer y no menos importante es la mala comunicación, el gobierno
parece que hablara al “país jardín de infantes” de María Elena
Walsh, donde no muestra la gravedad de algunos hechos, pensando
quizás que no es bueno comunicar malas noticias, o subestimando la
capacidad de entender los hechos por parte de la sociedad.
Contribuyó
en parte la mala gestión en distintas áreas del gobierno, como lo
ha sido en el tratamiento de la paritaria de los docentes
universitarios y la falta de cumplimiento del presupuesto que debía
enviarse a las universidades nacionales y que provocó la marcha
federal por la educación publica del 30 de agosto.
El
problema no es la economía es la política (después del 3 de
septiembre de 2018)
El gobierno finalmente acusó el impacto de la crisis cambiaria ante
la imposibilidad de estabilizar el precio del dólar y la falta de
cumplimiento de las metas acordadas con el FMI. El intento por buscar
una solución política con los aliados electorales de Cambiemos
mostró (y creo que también le mostró al gobierno) las miserias de
la dirigencia política, donde distintos dirigentes creyeron que el
gobierno aceptaría condicionamientos a cambió de ayuda y no se
privaron de buscar la mayor ventaja posible al ver su debilidad. Pero
no contaron con la capacidad de resilencia del gobierno, quien (al
mejor estilo kirchnerista) dobló la apuesta reorganizando su
estructura y adelantando el cumplimiento de las metas fiscales con el
FMI (déficit fiscal cero) a cambio del adelantamiento de las
entregas del préstamo otorgado, para así cubrir todas las
obligaciones financieras de 2018 y 2019.
Si bien la apuesta es bastante riesgosa, el aumento del dólar hizo
parte del trabajo, también facilitó la creación de un impuesto de
emergencia (entre un 7% y un 10% de las exportaciones) poco
criticable para quienes tienen que pagarlo, compensando con el
mantenimiento de las retenciones a la soja al valor final de la quita
(18%, lo que arroja una compensación de 7%) y garantizando el fondo
sojero a las provincias, con quienes tiene que acordar el esquema del
nuevo presupuesto 2019.
Así, de lograr la aprobación del impuesto de emergencia, el
presupuesto 2019 y el nuevo acuerdo con el FMI, el gobierno tendría
un horizonte de estabilidad macro económica hasta 2020. Si genera
ingresos extraordinarios por aumento del valor internacional de los
bienes primarios (en el hemisferio norte las catástrofes climáticas
pueden influir) y el aumento de otras exportaciones (por mas
competitividad del tipo de cambio), el gobierno dispondrá de
ingresos que podrá asignar libremente en un año electoral. Además,
de poder reducir el valor de las tasas de interés, junto con la
barrera natural de bienes importados caros, logrará una reactivación
Pyme que tendrá impacto en la generación de puestos de trabajo y
suba de consumo sobre mediados de 2019 (antes de las elecciones donde
los bolsillos parecen ser los órganos que rigen el pensamiento
político de la sociedad). Así, de lograr esto, el gobierno puede
esperar un escenario favorable para las próximas elecciones
nacionales, si no quizás pueda terminar su mandato como “pato
rengo” y entregar el gobierno a una alianza peronista.
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