domingo, 11 de octubre de 2009

Educación, la primera escuela


Una vieja frase, perdida en la doctrina peronista sobre educación, decía: “la primera escuela es el hogar y la escuela es el segundo hogar”. Para retomar el valor que tienen las palabras, remarco que no se habla de casa o familia, sino de hogar. Buscando en el diccionario vemos que hogar se define como: “La palabra hogar se usa para designar el lugar donde una persona vive, donde siente seguridad y calma”. La mayoría de los chicos que concurren hoy en día a las distintas escuelas, públicas o privadas, difícilmente vivan en un hogar, al menos si nos atenemos a la definición.

Si dejamos de lado los problemas socioeconómicos de exclusión social y las deficiencias estructurales del sistema educativo, y nos concentramos en sectores medios de la sociedad, o sea sectores “incluidos” con acceso a la educación como fuente de educación y no de alimentación, nos encontramos con un fenómeno ampliamente reflejado por los medios: las crecientes trasgresiones a todo tipo de normas de convivencia, morales e incluso conductas delictivas.

Lo que se aprecia en el comportamiento de estos jóvenes y adolescentes, es que su conducta es el reflejo de la educación en el seno del hogar y no es fruto de la educación dada por la institución a la que asisten, por ende los hechos que producen, deben analizarse como fruto de carencias de la educación recibida en el seno del hogar. Los hechos que se dan a publicidad podemos agruparlos en tres categorías: de naturaleza sexual, de naturaleza disciplinaria (con familiares interviniendo) y de violencia.

Si bien estos hechos deben analizarse desde disciplinas como la psicología y la sociología, surgen algunas preguntas cuyas respuestas podría ayudarnos como sociedad a buscar causas y a partir de allí tratar de encontrar soluciones, que dado la naturaleza del problema que enfrentamos no tendrán solución inmediata.

Comencemos con los casos de adolescentes embarazadas, la filmación de escenas de sexo entre adolescentes mostradas en Internet y la violación de menores por otros menores. Parecería que el común denominador es la educación sexual, pero no la impartida por el sistema educativo, sino la que se enseña en el hogar, la que proviene de la conducta de los padres, los abuelos y los tíos o adultos que conforman el núcleo familiar. La primer pregunta que me surge es: ¿que valor transmite a sus hijos una pareja que se formó por un embarazo?, no hablo de una pareja que existía no formalizada (largos noviazgos, convivencia, etc.), sino la que se forma a partir de un embarazo no deseado que se lleva adelante como forma de brindar al niño un mejor ámbito de crecimiento y que condiciona a dos personas a convivir como pareja sin ser este su proyecto de vida. Ese ejemplo, ¿no puede interpretarse por parte del joven adolescente como una forma de “retener o comprometer” a otra persona por la que se siente atraída y con la desea establecer una relación duradera, aunque esta no sea la intención de aquel ?. Cuando un padre alaba escenas de sexo implícito en programas de TV que comparte con sus hijas, ¿no despierta el interés en ellas de comportarse como las mujeres que su padre admira por TV y de avanzar aún más para lograr de ese modo la admiración o la atención de su padre ?. Cuando un padre usa al sexo como forma de dominación sobre otra persona o manifiesta un comportamiento violento ante un objeto de su deseo sexual (la expresión típica de “romperle el c..”) ¿no induce al joven a asociar la violencia y hasta posesión violenta de su objeto de deseo sexual?

Las faltas de acatamiento a las normas de convivencia, desconocimiento de las autoridades y los incumplimientos de obligaciones, también hacen que nos preguntemos si esas conductas no reflejan la educación recibida en los hogares de los jóvenes. Sería interesante ver como es la relación de estos jóvenes con sus padres y sobre todo, como es la relación de estos padres con los suyos. ¿Puede un joven que ve a su padre denigrar a su abuelo, respetarlo? Si un joven ve en su hogar el abandono de sus abuelos (no hablemos de aquellos que por razones de enfermedad requieren algún tipo de atención que se da en algunas instituciones), ¿no es posible que asocie la pérdida de autoridad del padre del padre a que de su propio padre? Si en una casa no se cumplen normas de conducta básicas ¿es posible que en el colegio se acate esas mismas normas? Si la autoridad de un padre o madre se reemplaza por “compañerismo”, “amigismo” o “compincherismo” ¿puede ejercerse en ese joven otra autoridad como la de un docente? Si un padre se refiere en forma despectiva respecto al docente de sus hijos ya sea por su posición económica o por su nivel de instrucción relativo ¿puede este joven reconocerle al docente la autoridad que tiene frente a un curso? Si los padres cometen trasgresiones cotidianas a las normas (pasar semáforos en rojo, llevarse algo escondido de un supermercado, o cambiarle el precio a un producto o muchas transgresiones que realizan cotidianamente a la vista de sus hijos) ¿pueden considerar los jóvenes que cometer trasgresiones está mal? Si un padre comenta una “avivada” con la que obtuvo algún beneficio y se vanagloria de ello ¿Qué respeto por una convivencia bajo un conjunto de normas le enseña a sus hijos?

La violencia es quizás la peor de todas las manifestaciones de la conducta de los jóvenes, ya que suele llevar a situaciones trágicas. Creo que se puede distinguir la violencia contra los más débiles (abuso), la violencia como forma de conducta (peleas) y las reacciones fuera de todo contexto (casos de ataques con armas en forma indiscriminada). En este caso la violencia en los hogares suele tener características cotidianas. No es raro que se alabe el solucionar los problemas por medios violentos (“si no te respetan los agarras a las piñas”) ¿puede un joven que crece en ese contexto buscar soluciones a sus problemas en formas no agresivas? Si la conducta de los mayores a los menores es violenta (golpes, gritos, castigos corporales, etc.) ¿puede un joven relacionarse con otros mas débiles de manera no agresiva? Si un joven recibe permanentemente mensajes de sus padres y mayores sobre respuestas violentas a la violencia (“Si me toca, lo mato”, “para esos paredón”, “si eso me paso a mí agarro un revolver y lo mato”, etc.) ¿puede ese joven, victima de violencia, reaccionar de la manera apropiada?

Como ven cada conducta presenta preguntas que pueden contribuir a buscar causas de esas conductas que nos muestran los medios, con un afán más alarmista o amarillista que reflexivo, buscando más, el impacto de la noticia que poner una señal de alarma en una sociedad que tiene que empezar a pensar en su propia conducta como causa de muchos de los males que nos aquejan. Porque en definitiva somos los actores de estos dramas, son nuestros hijos, quienes tienen casa, cama, comida, salud y educación, y un montón de cosas más. Esos mismos chicos que tienen conductas sexuales de riesgo para ellos mismos, que no acatan las normas por las que todos nos regimos y que se manifiestan en formas más violentas. No son chicos carenciados, ni excluidos, ni parte de algún extraño clan urbano, son nuestros hijos y nos están mostrando con sus conductas que algo les pasa, y que en eso que les pasa, nosotros no somos ajenos.

Debemos escuchar a nuestros hijos y ver como influyen en ellos nuestras conductas, no decirles que tienen que hacer, sino escucharlos y ver como los influimos. Es curioso que esa frase la haya oído de labios de Marilyn Manson, cuando fue entrevistado por Michael Moore en su film “Bowling for Columbine”. Moore le preguntó que les hubiera dicho a los chicos autores de la masacre de Columbine y Manson le respondió que no les hubiera dicho nada, los hubiera escuchado que era lo que evidentemente nadie había hecho. No esperemos la próxima masacre entre adolescentes, preguntémosle hoy, todavía estamos a tiempo.

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