viernes, 23 de octubre de 2009

Las falsas opciones


No suelo escribir mucho sobre mi pago chico: Bahía Blanca, pero en esta ocasión creo que es una obligación moral fijar una posición. El problema es la falta de agua que sufre la ciudad y no por carencia de recursos, sino por una mala planificación y peor previsión de contingencias.
Bahía Blanca, como toda ciudad del suroeste bonaerense tiene un régimen hídrico semiárido, que se conocía en los viejos manuales escolares (cuando todavía se usaban para aprender y pasaban de generación en generación de hermanos) como la pampa seca. Esta región tiene un régimen hídrico variable, cuyas precipitaciones dependen actualmente del “fenómeno del niño” y que tienen variaciones periódicas, como lo son períodos de lluvias abundantes y períodos de sequía.
Actualmente la región atraviesa un período de sequía, ya previsto por estudios de climatología. Esta sequía está afectando el régimen hídrico del embalse Paso Piedra, que provee de agua potable a la ciudad y por lo tanto la ciudad se enfrenta a la carencia del suministro de agua potable, al ser esta su principal fuente de provisión.
Este embalse comenzó a funcionar en la década del setenta, reemplazando al anterior sistema de provisión de agua que utilizaba perforaciones, las cuales todavía persisten, pero no están vinculadas a los sistemas de tratamiento que requieren, los cuales ya no están y no existen ductos que permitan transportar el agua hacia algún sistema de tratamiento, para reinyectarlo en la actual red de distribución de agua.
En la década del 90, en plena privatización del servicio por parte de empresa la prestadora Azurix, se realizaron estudios tendientes a disponer de un suministro alternativo, los cuales dieron como resultado la factibilidad de utilizar una reserva subterránea existente en el pie de monte de la región serrana, en la vecindad de la localidad de Cabildo.
Así las cosas, se instaló un sistema de provisión de agua que se pensaba inagotable, no se preservaron las anteriores instalaciones como fuente alternativa o de reserva, ni se crearon nuevas fuentes alternativas de provisión, a pesar que el recurso, provenía de un embalse cuyos aportes dependían de lluvias estacionales. La actual sequía era previsible, quizás no en su dimensión actual, pero si en las características generales y las autoridades, en lugar de planificar la emergencia, “hicieron la plancha”.
Hoy, la realidad nos enfrenta a la carencia de agua potable en la ciudad, y nuestra dirigencia en lugar de actuar racionalmente y en forma efectiva, actúa por espasmos (a la zaga de cualquier comentario mediático) y condicionada por fuertes intereses políticos y económicos.
Ante la crisis se plantean varios problemas, el primero es que dentro de la actual demanda de agua potable, un 30% es destinado a proveer a las empresas del Polo Petroquímico, las cuales ofrecieron realizar una planta potabilizadora sobre el arroyo Napostá a la altura del Campus de la Universidad del Sur. Este razonamiento suena muy extraño, ya que si el costo de instalar y potabilizar el agua del Napostá, fuera menor que el costo que actualmente paga el Polo Petroquímico por el suministro de agua, sería negocio para el polo obtener y tratar el agua que consume. Si el costo de potabilizar el agua del Napostá es mayor que el actual costo del suministro que genera el dique Paso Piedras, la pérdida la absorbe la empresa Aguas Bonaerenses o se absorberá por parte de los usuarios. En síntesis, la crisis no afectará a las empresas que usan agua apta para consumo humano como agua de proceso, y el costo lo pagará el usuario particular o el estado, que en definitiva es lo mismo.
Un párrafo aparte merece el planteo del uso del Napostá como solución, ya que esta contaminado y contiene algunos metales que lo hacen no apto para su uso industrial. La primer pregunta es, si el régimen del Napostá depende del mismo régimen hídrico que abastece al dique Paso Piedras ¿no debería una solución de abastecimiento tener un régimen diferente al que esta causando el problema? Una segunda pregunta se plantea ya que el Napostá está contaminado y el tratamiento de esta contaminación genera residuos que también estarán contaminados ¿Qué riesgos planteará esas instalaciones para vecinos del barrio Palihue y para los estudiantes de la universidad? Si se plantea que el contenido de minerales impide el uso industrial del agua del Napostá ¿Cuál será su efecto el la población que consume esa agua?
Ahora bien, si las empresas del polo petroquímico quieren contribuir a generar el mismo volumen de agua que consumen, ¿no existen otras alternativas? como serían la utilización de las antiguas perforaciones o la utilización de los depósitos del pie de monte cercano a Cabildo.
También uno se pregunta si se han realizado estudios sobre los reservorios subterráneos existentes, si se han realizado los estudios de impacto ambiental sobre las distintas opciones que se están manejando para solucionar la crisis, si las tareas de perforación que se están realizando en las cercanías del dique permiten superar la crisis.
Todo esto genera, en quienes tenemos un permanente interés por la cosa pública, una profunda preocupación. La falta de agua no solo deteriora la calida de vida de las personas, sino que pone el riesgo la vida de los más desposeídos, pues al presentarse problemas de potabilidad, surgen enfermedades por falta de higiene y por consumo de agua no potable. Ante esto, las autoridades se preocupan por dar la imagen de que hacen algo, pero quienes tenemos capacidad de ver la realidad, vemos que las soluciones no se generan.
En síntesis, no se previeron soluciones, no se previeron contingencias y no existe una capacidad de realizar acciones eficaces contra esta crisis, ya que la falta de agua no será una molestia, sino que pondrá a muchas personas en riesgo de vida. La política requiere de capacidad para evitar las crisis generando las soluciones que impidan que ellas ocurran y la capacidad de solucionar las crisis imprevistas en forma eficaz, cuando ello no ocurre nos damos cuenta que en lugar de dirigencia política, tenemos administradores de la cosa pública, o peor aún, burócratas incapaces.

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