El país se dividió entre los que están a favor, los que están en contra
y los que no tienen idea donde están, se armó un drama de Capuletos y Motescos,
con la participación cómica e innecesaria de varios Polichinelas. Ni
Sheakesperare, ni Moliere pudieron imaginar semejante “melange”, los
kirchneristas cual Capuletos no pueden ni ver a los anti K, cofradía Montesca integrada
por parte del PJ, partidos de izquierda, corporaciones agrarias, periodísticas
y judiciales, que retribuyen igual antipatía. La nota de color la dan quienes
desde ambos espacios ensayan posturas grotescas, los Polichinelas, que atacando
o defendiendo, solo causan risa a cualquier analista desapasionado.
Los Capuletos, perdón los kirchneristas, consideran que la
legitimación electoral del ejercicio de la administración del poder ejecutivo,
sumada a la mayoría parlamentaria también obtenida por vía del voto legitiman
cualquier proyecto, esté o no previsto en el orden institucional vigente. Orden
institucional que se altera por agrupar a dos poderes del estado, el ejecutivo
y el legislativo, forzando a que el poder judicial cuya función es arbitrar
entre ambos poderes para garantizar el orden constitucional. Este orden pensado
para equilibrar las fuerzas progresistas que se encarnan en el poder ejecutivo
con las fuerzas más conservadoras representadas en el poder legislativo,
quedando el poder judicial como árbitro de esta confrontación. El sistema pensado
para una representación parlamentaria diversa donde a lo sumo algún partido
político acumulaba la primera minoría, esta minoría forzaba a la negociación de
las iniciativas sobre algún proyecto, esto generalmente obligaba a la
reformulación de partes del proyecto que debía cumplir el requisito final de
constitucionalidad.
La oposición Montesca es un variopinto de partidos o agrupaciones
políticas y grupos de poder que al no tener cabida en la discusión que debería canalizarse
en un debate legislativo que conduzca a una regulación de las iniciativas de
gobierno, recurre a debatir frente a la opinión pública e iniciar la vía
judicial del reclamo.
Debemos establecer dos cosas frente a esto, la aspiración del
kirchnerismo o de cualquier partido político, a ocupar todos los espacios que
prevé la constitución por medios democráticos es lícita, como también el
reclamo del resto de los partidos políticos a ejercer la regulación del poder
del partido gobernante. Esta regulación permite que los grupos de poder estén
representados por ciertos partidos políticos afines y ellos canalicen la
regulación legislativa de las iniciativas de gobierno que afecte intereses
sectoriales.
En este orden de cosas el actual desequilibrio de poderes tiene como
causas la falta de representación de la dirigencia de muchos partidos políticos
que no les permite obtener una representación parlamentaria significativa, con
lo que los grupos de poder pierden la intermediación política y deben asumir la
representación de sus intereses utilizando los medios a su alcance y
confrontando fuera de las instituciones constitucionales.
El traslado de las pujas de poder entre estos grupos y el gobierno, genera
distintos tipos de conflictos y lleva a que se traslade la disputa a los medios
de comunicación, a sectores económicos, a disputas judiciales, etc. Como esta
disputa cae fuera del ámbito legislativo, los partidos opositores son solo
espectadores privilegiados, o peor aún el coro que apoya a alguno de los
sectores en disputa.
El grave problema es que esta disputa no se encuentra enmarcada en los
códigos de convivencia que poseen los órganos legislativos y así se generan
pasiones que han divido al país en posiciones irreductibles, que incluso van más
allá de toda racionalidad esperable. También debe establecerse la legitimidad
de la disputa, solo que al no estar regulada, tampoco lo están los límites de
las mismas. Existen razones en nuestra historia reciente que suprimió el debate
como forma de construcción de los apoyos que requiere cualquier proyecto
político.
Dentro de este escenario existen personas de ambos bandos que se
extralimitan o trasgreden los límites éticos o legales en la disputa. La
dinámica que finalmente adoptó la disputa proporciona apoyo a estas personas,
que deberían ser juzgadas social o legalmente y recibir su correspondiente castigo.
Estas personas gozan de una impunidad inaudita, solo justificable por el nivel
alcanzado en el conflicto de las partes.
Pero en este indeseable escenario, la nota de color la ponen los
desubicados, aquellos para los cuales el kirchnerismo es la quintaesencia del
mal, la reencarnación del tercer Reich, el “Faccio” italiano de Mussolini, la Cuba de
Castro, la Venezuela de Chavez, etc. etc. no dudan en elaborar teorías más
dignas de haber nacido fruto del ácido lisérgico que de una investigación o un análisis
serio. En contraposición, cualquiera que no coincida o aún apoye a las
iniciativas oficiales es un representante del mal, el enemigo público, el eje
de todos los males. Este es los territorios de los Polichinelas, cómicos sin
vocación, ridículos a uno y otro lado de las posiciones políticas,
irreflexivos, inimputables y desubicados. La única lástima es que ya no dan ni
risa ni pena, solo nos dejan una honda sensación de decepción.
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