Es imposible ser
indiferente ante la imagen del cadáver de un niño, sobre todo cuando
la imagen nos refiere a una realidad de la que somos conscientes, pero
que no nos impacta. Pero esa imagen como otras, me impactó, desde lo
visceral, lo ético, lo político, lo moral y lo metafísico (o
religioso, si quieren). Quienes somos padres no podemos dejar de ver
en la muerte de un niño la alteración del orden cronológico
esperado, los hijos sobreviven a sus padres, y surge una empatía
natural con quien tiene que pasar por ese inmenso dolor. Esa muerte y
ese dolor, no nos permite ser indiferentes.
Si pasado el primer
impacto emocional, intentamos racionalizar el hecho, surgen los
principios éticos que debería tener la humanidad toda, no solo un
sector de ella delimitada por la geografía, la religión o la raza.
Allí la vida se presenta como valor supremo, indiscutible e
inalienable, con la obligación individual y colectiva de preservarla;
y de velar por quienes tienen menos capacidad para sobrevivir en
forma autónoma: los niños, los enfermos y los ancianos. Nos
auto engañamos muchas veces ignorando a ancianos y enfermos,
relegándolos en nuestras prioridades, pero no ocurre lo mismo con
los niños, la humanidad toda, en todos sus protocolos prioriza la
preservación de la vida de los niños. Entonces esa muerte, la de
ese niño o cualquier niño, nos muestra nuestro el fracaso de la
puesta en práctica de los valores que consagramos como género
humano.
La dimensión política
solo debería intervenir cuando toda la carga emocional no pueda
interferir en nuestro análisis, cuando podamos racionalizar el hecho
relegando muestras pasiones a un segundo plano. Pero la política
tiene dos dimensiones básicas: la ideal y la real. Desde la óptica
ideal, todo sistema político se establece por un acuerdo social en
el cual la preservación de la vida es una parte significativa, e
incluso si se permite eliminar una vida (pena de muerte), ello se
hace en función de los actos conscientes que el individuo cometa. Por
lo tanto no existe en el campo ideal de la política ninguna
justificación para la muerte de un niño. Es en el campo real de la
política, donde existen los regímenes políticos que permiten y
hacen posible los hechos conducentes a la muerte de inocentes. Pero
incluso en este campo, se condena públicamente estos hechos, y hasta
se plantean acciones de re-mediación o castigo a los responsables
primarios; pero no por autentico convencimiento, sino para no
exponer su indignidad ante el resto de la sociedad. Por ello, aunque
la política real sea en alguna medida responsable de esas muertes,
la condena; y nosotros como ciudadanos consentimos esa hipocresía
creyendo que los valores políticos ideales alcanzan para tapar tal
indignidad.
La dimensión metafísica
o religiosa suele manifestarse en creyentes, no creyentes y
cuestionadores; abarca desde la resignación, la indiferencia o el
cuestionamiento de las características religiosas. Sobre esta
dimensión solo podemos decir que toda dimensión moral, vinculada o
no a aspectos religiosos, condena la muerte de un niño y la sufre
como afrenta a esos valores.
Así, la imagen de este
niño muerto en la playa, de niños muertos en bombardeos a
poblaciones civiles, de niños muertos en masacres étnicas, de niños
muertos por plagas, de niños muertos por hambre, de niños muertos
en enfrentamientos de pandillas y todas las imágenes de niños
muertos por causas de la cual el ser humano es responsable, deben
indignarnos y movilizarnos.
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