Este primer período del
gobierno de Mauricio Macri, si por algo se ha caracterizado es por
los costos políticos. Dicho esto se supondría que un costo político
es algo que se paga cuando se debe tomar una medida de gobierno que
es necesaria pero impopular o que daña determinados intereses que
una administración dice defender, pero no es este el caso.
Veamos cronológicamente,
se empezó con un grupo de DNU que buscaban solucionar algunos
problemas heredados de la gestión anterior, lamentablemente también
se pretendió utilizar este mecanismo para designar jueces de la
Corte Suprema de Justicia. Las necesidades eran en algunos casos
reales, en algunos casos el mecanismo de los DNU eran apropiados, en
otros evidentemente no. La falta de criterio para discernir el uso de
este mecanismo originó el primer costo político de la gestión
Macri, sobre todo por confundir lo legal, lo ético y lo
políticamente oportuno.
Sobre llovido mojado
cuando salieron los ajustes tarifarios, necesarios pero que dieron en
la línea de flotación de la gente de ingresos medios, y sin
anestesia. Nadie cuestionó la necesidad de los ajustes, pero se
aplicaron solo respetando una tarifa social, que demás hay que
solicitarla cuando se supone que se creó en el gobierno una oficina
de modernización que bien podría cruzar la información del ANSES y
los titulares de las facturas para aplicar automáticamente el
subsidio. El impacto de un ajuste aplicado sin ningún gradualismo
provocó otro costo político innecesario, sobre todo porque
coincidió con los subsidios otorgados a sectores agropecuarios y
mineros.
Las medidas que se
tomaron para evitar la pérdida de reservas no incluyo solo la
unificación del mercado cambiario provocando una devaluación sobre
ciertas áreas del 40% (aclaremos que el valor de las mercaderías
importadas, con insumos a valor dólar o que tienen mercados donde se
venden en dólares ya habían producido su ajuste a fines de 2015,
solo algunos pocos sectores no tomaron las previsiones del caso; de
todos modos la excusa de la devaluación la utilizaron las mayoría
de los sectores empresarios para volver a ajustar precios y obtener
nuevas ganancias); sino que elevó la tasa de interés del Banco
Central a mas del 30%, con la consiguiente elevación de los costos
del capital de trabajo de las mayoría de las empresas que se
endeudan en la plaza local. El costo de estas medidas fue el ajuste
empresario vía reducción de personal (algo que también influyó fue
la caida de la demanda en cerca del 10% expresado en bienes) y la
falta de inversión de los pequeños empresarios (solo aquellos que
puedan esperan una rentabilidad superior al 40% se arriegarán y lo
mas probable es que tampoco lo hagan frente a una inconsistencia
política que esta manifestando el gobierno). Un costo que debería
haberse evitado utilizando manteniendo un cierto déficit fiscal para
aplicarlo a proyectos de obra pública que implicasen uso de mano de
obra intensivo y creando lineas promocionales de crédito de fácil y
rápido acceso a Pymes y Micros.
El
tema del impuesto a las ganancias fue otra medida mal tomada que
generó un innecesario costo político, ya que no se elevó el monto
mínimo aplicable para el pago del impuesto, sino que se agregaron
ítems deducibles para algunos, pero que incluyeron a otros, de modo
que no varió significativamente la cantidad de personas alcanzadas
por el impuesto, lo mismo que el mentado “costo” de esta medida,
que se compensó con el aporte de quienes quedaron incluidos en el
pago del impuesto. Además, los valores de la supuesta rebaja en la
alícuota no se actualizan hasta el año próximo, lo que si harán
los salarios, paritarias mediante, e ingresarán muchos de los hasta
ahora eximidos del pago. Esto podría haberse hecho mucho mejor si se
hubiera creado un cronograma de reducciones en las alícuotas del
impuesto y en los montos mínimos para quedar incluidos en el pago
de ganancias, hasta eliminar este impuesto y reemplazarlo por un
impuesto a los altos ingresos, ya que el salario no es ganancia.
En el
área de seguridad, la fuga de los hermanos Lanatta dejo al
descubierto la falta del control del manejo operativo que tienen las
actuales autoridades designadas en ese ministerio. También el
desconocimiento sobre las “internas” que imperan en las distintas
fuerzas bajo el control del área de seguridad. Los sucesivos
intentos de mostrar control sobre las fuerzas de seguridad,
operativos exitosos contra el narcotráfico y el crimen organizado,
no superan la media de otros gobiernos. Sobre todo, si se hace los
mismo que se venía haciendo y que no dio resultado, no puede
esperarse tener éxito.
Entre
los papelones del ministro Aguad sorprendiéndose por una tecnología
que debería conocer, del rabino devenido en Ambientalista por
voluntad presidencial y no por su conocimiento del tema, la titular
de la oficina anti-corrupción cuestionando una decisión de la Corte
para mostrar el contrato entre YPF y Chevrón, y varios casos
similares que no me vienen a la memoria, este gobierno ha opacado
algunos éxitos de su gestión por las malas decisiones de muchos de
sus funcionarios. Pero el costo político de estos errores no solo se
debe a la mala gestión de algunos funcionarios, sino a dos factores
muy importantes, El primero es priorizar la gestión por sobre la
política, algo muy común en una empresa (vean mi artículo anterior
sobre “El estado empresario”),
pero demasiado riesgoso en la administración pública. El segundo
es considerar que los aspectos legales son condición necesaria y
suficiente para cumplir con una necesaria ética política, la
legalidad es necesaria pero no suficiente, “La mujer del Cesar no
solo debe ser honesta sino parecerlo”, una frase de Séneca sobre
la que Macri debería reflexionar.