lunes, 17 de enero de 2011

Bronca de la brava…



Así empezaba la Marcha de la Broca de Pedro y Pablo allá por los 70, que seguía con “bronca de la mía”, y hoy la bronca que tengo es mía. Por circunstancias fortuitas tuve que hacer cola para retirar mi sueldo de un cajero, al rayo del sol con 38 grados a la sombra. Alguien me diría que podía pasar en un momento más apropiado, pero resulta que vencían varios servicios, de esos que te cobran recargo y parecía que no era el único que debía retirar del susodicho cajero, porque la cola era más bien larga.

Para más datos Banco Nación, falta de billetes de 100 pesos, mucha gente con ganas de irse de vacaciones, de 3 cajeros solo en uno se podía retirar efectivo e instalaciones de cajeros recientemente remodeladas. Al rato de ponerme a la cola la cabeza de hervía por efecto del sol del mediodía, transpiraba como testigo falso y le bronca me subía desde los pies escaldados de calor hasta la garganta reseca (reconozco que un argentino previsor debería concurrir a estas colas con sombrilla, bebida y de paso algún bocadito… y me olvidaba algún Valium Extra Forte).

En medio del cuadro que trato de describir mi único entretenimiento era dar rienda suelta a mi bronca, empecé por putear al gobierno que no había previsto disponer la cantidad suficiente de billetes para abastecer la demanda de quienes esperaban salir de vacaciones, pagar cuentas atrasadas de fin de año y hasta intentar llegar a fin de mes, en el colmo de la desfachatez popular.

Cuando finalicé mi primera catarsis, recuperé la respiración y me ventilé la cabeza con unas boletas que tenía que ir a pagar, alguna neurona recuperada me incitó a pensar que en fin alguna culpa se cabía al gerente del Banco Nación sucursal Centro, ya que una sucursal donde se pagan sueldos estatales, planes sociales, empresas y varios particulares que por razones de desconfianza en banca privada, utilizan los servicios de bancos oficiales; se necesita una cantidad de cajeros proporcional a la cantidad de clientes que utilizan el servicio de los cajeros automáticos, como también pensar en la comodidad de quienes hacen cola para utilizar dichos cajeros.

En realidad la culpa de la insolación que avanzaba en mi cabeza no era responsabilidad del gobierno, era culpa del gerente que había privilegiado la estética del edificio por sobre la comodidad de los clientes. El efecto del sol volvió a hacer estragos en mi estado de ánimo así que volví con un nuevo ataque de descarga emotiva a putear, ahora contra el gerente de la sucursal centro del Banco Nación

Recuperado de mi segunda catarsis, abanicándome nueva e infructuosamente con las boletas a pagar, una nueva oleada de racionalidad me envolvió (a esta altura del relato debo aclarar que el término racionalidad es puramente retórico). Pensé que el gerente podía no saber que los clientes nos asábamos al sol del mediodía, que los cajeros no tenían efectivo para entregar a los clientes, ya que en definitiva el gerente debía ser un acomodado político, que con suerte había manejado una pizzería antes que algún amigo influyente le consiguiera este “curro”. Entonces, vi todo claro (recuerden lo de lo retórico) la culpa era de los empleados, que displicentemente no previeron la reposición de efectivo, ni avisaron a algún responsable para que modificara al disposición del acceso a los cajeros y se pudiera hacer cola en un lugar que no estuviera a pleno rayo de sol.

Esta vez mi bronca se desató más rápidamente que antes, las puteadas fueron desde el ordenanza del banco hasta el subgerente y sin olvidarme del sindicato, Zanola incluido. Así como se desató de rápido mi acceso de ira, así se calmó (dado la confusión que reinaba en mi cabeza producto del solazo, la estimación del tiempo podría ser algo confusa). La proximidad al cajero aceleraron mis pensamientos, pensé que podría pagar las cuentas por debito automático, que la mayoría de quienes me acompañaban en el calvario del mediodía frente a los cajeros del Banco Nación sucursal centro podía hacer lo mismo o que se podían ir de vacaciones pagando con debito automático. En realidad es la desconfianza generada en el pueblo contra los bancos a fuerza de devaluaciones, circular 1050, corralitos y otras yerbas; la causa de que la mayoría estemos asándonos al sol para extraer nuestros magros ingresos para hacer frente a nuestras obligaciones gastos.

Una sensación de desazón se apoderaba de mí a medida que me aproximaba al cajero automático. Nosotros mismos éramos la causa por la cual nos habíamos asado al sol. En tal estado de azoramiento e insolación pude acceder al cajero extraer mi sueldo, que casi me retiene la tarjeta porque la obnubilación que había generado el sol y mi bronca aplacada hizo que me equivocara el ingresar mi clave. Al final éramos nosotros los culpables, como lo decía página 12 y 678 en la televisión pública. De mi bronca solo me quedó la canción de Pedro y Pablo: “Bronca de la brava, de la mía, bronca que se puede recitar”.

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