viernes, 1 de abril de 2011

2 de abril, nada que festejar



Hace 29 años viajaba a dar clase en una escuela de la Base Naval de Puerto Belgrano, al poner la radio de mi viejo Renault 4 escucho la noticia de la recuperación de Malvinas, en ese momento encajaron cosas que habían sucedido en días anteriores: movimientos, nerviosismos y apuros. Por supuesto, para la mayoría de los civiles que trabajábamos allí, la noticia era una sorpresa.

Superado los primeros momentos, donde uno sentía una mezcla de entusiasmo, euforia y sentimientos patrióticos, la razón volvió a hacernos reflexionar: la realidad de las acciones bélicas que se aproximaban, lo disparatado de algunas expresiones y la pobrísima imagen que dieron muchos políticos apoyando la toma de las islas, se mezclaban con el genuino sentimiento de reivindicación nacional que expresaba mucha gente, el conocimiento que varios de nosotros teníamos de la dimensión de la guerra que se avecinaba y la sospecha sobre los verdaderos motivos que llevaron a la cúpula militar a tomar la decisión de recuperar Malvinas.  

Todavía hoy, reconozco que no puedo hacer un análisis objetivo de lo ocurrido, mi proximidad a los hechos cotidianos de la guerra, mi vinculación emotiva con la gente de carne y hueso que luchó y murió en el mar y las islas y el reconocimiento de la causa nacional que representa, todavía hoy, Malvinas; y se mezcla el conocimiento de los problemas económicos, sociales y políticos que enfrentaba la dictadura en su último período, la certeza que para ese entonces se tenía sobre las desapariciones de personas y el cambio que se estaba produciendo en las dirigencias políticas a nivel internacional sobre las dictaduras latinoamericanas.

Por todo ello, más que analizar prefiero compartir las vivencias y sentimientos de quienes estuvimos próximos al escenario bélico, sin profundizar en opiniones o juicios que a casi 30 años es fácil de hacer para quienes no tenían conciencia plena de  lo que ocurría o que todavía no habían nacido.

En Malvinas hubo, como en toda guerra, héroes, sobrevivientes, cobardes, miserables, valientes y víctimas, que siempre son la mayoría en cualquier guerra de cualquier tiempo y lugar.   

Los héroes, suelen ser personas normales que puestas en situaciones extraordinarias realizan actos que exceden lo que se espera de ellas. Para el militar profesional, la guerra es algo para lo que se prepara, no hay casi situaciones extraordinarias, pero para los soldados o para los militares recién ingresados, todo es nuevo y se enfrentan a situaciones desconocidas, donde lo extraordinario genera incertidumbre. Las decisiones que toma un militar experimentado pueden serle fatales, pero no le generan incertidumbre, la muerte es de ese modo un accidente. El soldado enfrenta, no solo al enemigo, sino a sus miedos que son fruto de esa incertidumbre.          

En ese devenir de la guerra, nuestra cotidianeidad nos enfrentaba al recuerdo de quienes caían: “…. te acordás, el morochito que se sentaba en el primer banco de la izquierda …”, “.. fulanito, el que aprobaste después que rindió 3 veces el examen…”, “.. sultanito, que siempre aprobaba con más de 8…” . Quien lee esto parecería que hablábamos como en cualquier sala de profesores de cualquier colegio, pero hablábamos de quienes habían muerto. No sé si fueron héroes, pero sé que eran chicos comunes que se enfrentaron a una situación extraordinaria como la guerra, chicos que superaron sus miedos y entregaron sus vidas por una causa que creíamos justa.

Las noticias que recibíamos por boca de protagonistas, o de quienes tenían información privilegiada, empezaron a diferir de las que se escuchaban en los medios, algunos viejos operarios que habían estado en la 2da guerra nos contaban sus experiencias combatiendo con las tropas inglesas, comenzamos a presentir el final, cuando las acciones que observábamos no coincidían con la teoría de la guerra, vimos la cobardía de muchos que prefirieron un puesto de escritorio a un puesto de combate, vimos quienes fueron a combatir a pesar de todo, lloramos con los familiares de los caídos, donamos sangre más de lo que permite lo recomendable, trabajamos horas extras sin pedir un peso, colaboramos en todo lo que pudimos, pedimos ir, pedimos ayudar, ayudamos, lloramos, puteamos, nos enojamos, rezamos; nada impidió el final, eso no dependía de nosotros, era lo esperado, el fin de un sueño reivindicatorio.

Nos reprochamos, culpamos, revisamos, indagamos, pero nada cambió, no hubo responsables, hubo algunos héroes inocultables como el negro Castillo, pero hubo otros que no se conocen, porque conocerlos hubiera implicado conocer la cobardía de otros. Hoy nuestra nación requiere conocer la verdad de la guerra de Malvinas, yo solo vi un pedacito, y vi que la historia que se cuenta es distinta. Solos quienes enfrentaron situaciones extraordinarias pueden llamarse héroes, y esos son los soldados o los jóvenes militares sin experiencia, al resto les cabe el juicio de la historia, que todavía está pendiente.

Por las emociones que me brotan al recordar esos días, por la memoria de quienes cayeron, alguno de los cuales veo cotidianamente en las fotos del monumento a los caídos cuando realizo mis caminatas aeróbicas y por esa verdad aún no contada no puedo festejar el 2 de abril, ese día, para mi, no hay nada que festejar.

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