Siempre hubo humor, creo que si
se busca en estudios históricos, el humor estuvo desde el origen mismo del
hombre. Quizás nació para hacer soportable el fracaso, para que un hecho
desafortunado aportara algo gracioso. Pero el humor político no nace de hechos
graciosos, sino de contradicciones grotescas.
El grotesco mostró siempre como
se deformaba una creencia establecida en la sociedad, o en un sector de ella,
hasta llegar a una contradicción tan flagrante que su sola enunciación causaba
gracia. Hoy el grotesco se explota en la comercialización del humor como “stand
up”, género underground resurgido con famoso Lenny Bruce (mas por la película
que interpretara Dustin Hoffman y dirigiera Bob Fosse), o quizás fuera iniciado
por el recordado (por los que estudiamos en un secundario que si bien no
educaba, al menos enseñaba) “mester de juglaría”.
A quienes nos recitaron los monólogos
de Parravichini, de “mordisquito” Discépolo (que internet ha resucitado, sin censuras),
a quienes tuvimos el privilegio de haber visto (haciéndolos pasar por mayores)
a Adolfo Stray, Marrone, Bores y tantos otros, quienes nos aventuramos en
sótanos del “off Corrientes” y San Telmo viendo a Gasalla, Perciavalle, Pinti y otros que no vieron después la fama,
sabemos que el humor tiene una dimensión política surgida del grotesco.
Como pareciera que es redundante
hablar de grotesco político, se habla de humor político (creo que no hablar de
grotesco político es una autocensura de quienes cultivan ese género) y tiene
muchas vertientes. Está el humor político “neutro”, donde el humorista utiliza características de personajes vinculados al
quehacer político, el humor se basa en alguna característica física, de
conducta, o de personalidad; la
neutralidad de este humos es que no va más allá del chiste, el espectador se ríe
de un hecho más que del personaje y requiere solo prestar atención. El humor
político “tendencioso” utiliza los mismos instrumentos que el anterior, pero
persigue la finalidad de predisponer el humor social; el chiste humilla,
denigra y predispone, al espectador se le envía un mensaje o meta mensaje donde
reafirma su creencia o se la replantea. El verdadero humor político es el que
surge del grotesco, tiene un alto contenido ideológico, suele utilizar al humor
“neutro”, para amenizarlo, para hacerlo “más digerible” (ya que la crítica
social que contiene suele molestar), y se cuida de utilizar el humor “tendencioso”
ya que rebaja el nivel de la crítica que expone (quienes hacen un humor
político ideologizado, no politizado o partidista, lo utilizan, pero en el
mismo sentido que utilizan el humor “neutro”). Este humor requiere un
espectador que pueda ver la realidad sin parcialidades, con cierto sentido
autocrítico y muchas veces con un nivel de conocimientos que le permitan ver no
solo el mensaje sino el meta mensaje del grotesco.
En nuestra realidad política,
vemos todos los días el humor neutro de los que tienen que vivir del oficio de
humorista y ocupan un lugar dentro de una estructura de medios que establece
líneas editoriales oficialistas u opositoras. También vemos quienes se prestan
a realizar un humor “tendencioso” para ocupar un lugar en cualquiera de dichos
medios. Lo que está cada día más ausente es el verdadero humor político, aquel
que expone el grotesco de las contradicciones y conlleva un contenido
ideológico no partidista.
Estos humoristas, no nacieron de
un repollo, sino de la miseria en que se ha sumergido a quienes profesan ideologías
antes que consignas partidarias, personas que creyeron y hasta militaron por esas ideas (creo que
nunca lo hicieron por personajes), personas que fueron profundamente
decepcionadas al ver el grotesco de las contradicciones en que han ido cayendo
las diferentes expresiones políticas y rescataron el humor de esas
contradicciones para poder expresar, en parte, su ideología (piensen desde este
punto de vista los monólogos de Pinti en Salsa Criolla).
Así, que no es raro no ver
verdadero humor político, ya que la desideologización de la política expone el
grotesco de las contradicciones en una forma tan palmaria que la simple lectura
de los diarios es un acto de humor político.
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