Un
manifiesto publicada en el diario Le Monde, firmado por
personalidades de la cultura francesa, entre ellas la actriz
Catherine Deneuve, icono del cine francés. La publicación provocó
diversas reacciones en Francia y otros países, lo que ha puesto de
manifiesto que existen visiones contrapuertas de las formas de
violencia sexual, sin dejar de reconocer que la violencia de género
(no solo contra mujeres, sino personas trans u otros que asumen
elecciones sexuales no “tradicionales”) es una conducta que debe
ser erradicada de la sociedad humana. Dicho esto, hay que reconocer
que también existen excesos entre quienes quieren producir cambios,
circunstancias que son aprovechadas por fundamentalistas morales tipo
“Dios, patria y Familia”, para buscar una legitimidad que no
poseen; así la libertad sexual podría ser limitada ya que su
expresión puede ser “ofensiva” o asociarse a violencia de
género.
Estas
formas de ser “políticamente correcto” esconden traumas que
harían las delicias de generaciones de terapistas. Pero no pretendo
realizar un análisis sociológico del tema sino presentar en una
forma mas textual este menifiesto.
El
manifiesto completo:
La
violación es un crimen. Pero el coqueteo insistente o torpe no es un
crimen, ni la galantería es una agresión machista.
Como
resultado del caso Weinstein, ha habido una conciencia legítima de
la violencia sexual contra las mujeres, particularmente en el lugar
de trabajo, donde algunos hombres abusan de su poder. Ella era
necesaria. Pero esta
liberación de la palabra se convierte hoy en su opuesto: ¡Nos
ordenan hablar, a silenciar lo que enoja, y aquellos que se niegan a
cumplir con tales órdenes se consideran traidoras, cómplices!
Pero
es
la característica del puritanismo tomar prestado, en nombre de un
llamado bien general, los argumentos de la protección de las mujeres
y su emancipación para vincularlas a un estado de víctimas eternas,
pobres pequeñas cosas bajo la influencia de demoníacos machistas,
como en los tiempos de la brujería.
Supresiones
y acusaciones
De
hecho, #metoo
ha provocado en la prensa y en las redes sociales una campaña de
denuncias públicas de personas que, sin tener la oportunidad de
responder o defenderse, fueron puestas exactamente en el mismo nivel
que los delincuentes sexuales. Esta
justicia expedita ya tiene sus víctimas: hombres sancionados en el
ejercicio de su profesión, obligados a renunciar, etc.; mientras que
ellos
solo se equivocaron al tocar una rodilla, tratar de robar un beso,
hablar sobre cosas “íntimas” en una cena de negocios, o enviar
mensajes sexualmente explícitos a una mujer que no se sintió
atraída por el otro.
Esta
fiebre para enviar a los “cerdos” al matadero, lejos de ayudar a
las mujeres a empoderarse, en realidad sirve a los intereses de los
enemigos de la libertad sexual, los extremistas religiosos, los
peores reaccionarios y los que creen -en nombre de una concepción
sustancial de la moralidad buena y victoriana- que las mujeres son
seres “separados”, niñas con una cara de adulto, que exigen
protección.
Del
otro lado, se convoca a los hombres a encontrar, en lo más profundo
de su conciencia retrospectiva, un “comportamiento fuera de lugar”
que podrían haber tenido hace diez, veinte o treinta años, y del
cual deberían arrepentirse. La
confesión pública, la incursión de fiscales autoproclamados en la
esfera privada, que se instala como un clima de sociedad totalitaria.
La
ola purificadora parece no conocer ningún límite. Allí, censuramos
un desnudo de Egon Schiele en un póster; pedimos la eliminación de
una pintura de Balthus de un museo con el argumento de que sería una
apología de la pedofilia; en la confusión del hombre y la obra,
pedimos la prohibición de la retrospectiva de Roman Polanski en la
Cinémathèque (Cinemateca Francesa) y obtenemos la postergación de
la muestra dedicada a Jean-Claude Brisseau. Una académica considera
que la película de Michelangelo Antonioni Blow-Up es “misógina”
e “inaceptable”. A la luz de este revisionismo, ni John Ford (La
prisionera del desierto) ni incluso Nicolas Poussin (El rapto de las
sabinas) quedan a salvo.
Los
editores ya piden que los personajes masculinos sean menos
“sexistas”, que hablemos de sexualidad y amor con menos
desproporción, o que garanticemos que el “trauma experimentado por
los personajes femeninos” sea ¡más obvio! ¡Al
borde del ridículo, un proyecto de ley en Suecia quiere imponer un
consentimiento explícitamente notificado a cualquier candidato para
tener relaciones sexuales! En
cualquier momento dos adultos que quieran dormir juntos consultarán
primero en una “aplicación” de su teléfono un documento en el
que estarán debidamente enumeradas las prácticas que aceptan y las
que rechazan.
La
libertad indispensable para ofender
El
filósofo Ruwen Ogien defendió una libertad de ofensa indispensable
para la creación artística. De la misma manera, defendemos
una libertad para importunar, indispensable para la libertad sexual.
Ahora estamos suficientemente advertidas para admitir que el impulso
sexual es por naturaleza ofensivo y salvaje, pero también somos lo
suficientemente clarividentes como para no confundir el coqueteo
torpe con el ataque sexual.
Sobre
todo, somos conscientes de que la persona humana no es monolítica:una
mujer puede, en el mismo día, dirigir un equipo profesional y
disfrutar siendo el objeto sexual de un hombre, sin ser una puta ni
una vil cómplice del patriarcado. Puede
asegurarse de que su salario sea igual al de un hombre, pero no
sentirse traumatizada para siempre por un manoseador en el metro,
incluso si se considera un delito. Ella incluso puede considerarlo
como la expresión de una gran miseria sexual, o como si no hubiera
ocurrido.
Como
mujeres, no nos reconocemos en este feminismo que, más allá de la
denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio hacia los
hombres y la sexualidad. Creemos
que la libertad de decir no a una propuesta sexual no existe sin la
libertad de importunar. Y consideramos que debemos saber cómo
responder a esta libertad para importunar de otra manera que
encerrándonos en el papel de la presa.
Para
aquellas de nosotras que hemos elegido tener hijos, creemos que es
mejor criar a nuestras hijas para que estén informadas y sean lo
suficientemente conscientes como para vivir sin intimidación ni
culpabilidad.
Los
incidentes que pueden tener relación con el cuerpo de una mujer no
necesariamente comprometen su dignidad y no deben, por muy difíciles
que sean, convertirla necesariamente en una víctima perpetua. Porque
no somos reducibles a nuestro cuerpo. Nuestra
libertad interior es inviolable. Y esta libertad que valoramos no
está exenta de riesgos o responsabilidades.
PD. En su momento fuí uno de
los tantos que se ratoneo con la Catherine Deneuve actriz
protagonista de “Belle de jour”, ahora me deleito con el
pensamiento de una extraordinaria mujer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario