viernes, 20 de septiembre de 2019

El problema Argentino


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En época de elecciones muchos políticos y economistas pregonan planes y soluciones, muchos hacen buenos diagnósticos, otros tienen propuestas interesantes, pero en conjunto crean mas confusión que la que ya tiene la mayoría de los argentinos. Así, para contribuir a poner en claro las ideas podemos hacer una categorización de diagnósticos y propuestas, ya que generalmente van en coincidencia.
El primer diagnóstico surge del análisis monetarista (que abreva en las teorías que van de Hayek a Friedman, aquí expresado en las histriónicas exposiciones de Milei) donde se pone el eje en los desajustes existentes en el valor de la moneda por el manejo de la emisión monetaria por parte del estado, también señalan los problemas del gasto público y el tamaño del estado. Sus soluciones se resumen en achicar el gasto público y el estado, desregular toda actividad económica y liberar todo a la iniciativa privada. Es lo que se llama neoliberalismo o liberalismo a secas.
Otro diagnóstico surge de los análisis desarrollistas que se dividen en dos vertientes, una keynesiana y otra con toques mas liberales; se basan en poner el eje en la falta de productividad como base del déficit fiscal y de la balanza de pagos, por ello las soluciones propuestas apuntan a inducir el aumento de la productividad a costa de un déficit fiscal inicial que luego sería corregido por la mayor actividad económica (keynesianos puros) o mediante un fuerte plan de incentivos a las inversiones extrajeras que generen actividad económica a costa de un déficit de balanza de pagos que no solo se compensaría, sino que puede financiarse a largo plazo. Las distintas alternativas de este grupo se diferencian en la reducción o no del gasto público no destinado a obras de infraestructura. Acá hay que incluir a las políticas económicas llevadas a cabo (muy mal) por el gobierno de Macri, quién financió el déficit fiscal con crédito exterior y no logró inversiones que llevaran a un nivel de actividad tal que cerrara el déficit fiscal y de la balanza de pagos, tampoco pudo lograr un nivel de reducción del gasto público que redujera el impacto impositivo en los sectores productivos.
Un tercer diagnóstico proviene del enfoque institucionalista (aquí hay visiones económicas y políticas), que culpan de todo a la falta de funcionamiento de las instituciones del estado, ello provoca ineficiencias operativas que generan el déficit fiscal y desincentivan a la inversión productiva (aquí la frase mas escuchada es: “falta de instituciones”).
A esto hay que agregar los distintos análisis heterodoxos, desde los estatismos nacionalistas hasta el marxismo clásico, donde se plantean cuestiones sobre la extranjerización de las empresas productivas, redistribución de la renta, nacionalizaciones y otras yerbas que forma parte del folclore político y económico (donde también se debate si la economía depende o no de la política).
Ante esto podemos hacer algunas conclusiones para empezar a pensar la economía argentina y es que no podemos tener una economía que crezca sin tener superabit fiscal y una balanza de pagos positiva, para lo cual debemos exportar mas de lo que importamos y recaudar mas de lo que gastamos. Empecemos con lo menos complicado, la balanza de pagos, exportamos principalmente productos primarios con algo de valor agregado, obtenemos ingresos por turismo y servicios de software entre los principales e importamos insumos, bienes de capital y bienes de consumo; también gastamos en turismo. Además a la balanza hay que agregar salida y entrada de capitales, los que ingresan como inversión extranjera directa o como créditos (para financiar inversiones locales o gasto corriente), la salida se produce por remesas de recuperación de inversiones, pago de créditos o envío de capitales al exterior. Independiente de que política económica se proponga no podemos tener mas salidas de capital que ingresos, e incluso debería no considerarse como ingreso a los créditos que no se apliquen a inversiones productivas o de infraestructura.
La parte del déficit fiscal es mas difícil de poner en contexto, ya que los ingresos son por medio de impuestos, los cuales tienen dos fuentes principales: particulares y empresas. Los particulares contribuyen con los impuestos a los bienes personales, los impuestos al consumo y recientemente a sus ingresos (el impuesto al salario elevado), mientras que mas empresas pagan impuestos de naturaleza fiscal (tasas, sellos, etc.), impuesto al valor agregado (IVA), impuestos a los bienes e impuestos a las ganancias. Debe señalarse que a diferencia de los particulares, las empresas trasladan sus impuestos a los precios de sus productos, y por ende, son los particulares quienes son la fuente de aporte de la carga impositiva. El gasto podemos dividirlo entre obra pública, gastos del estado (administración pública, salud, defensa, seguridad y educación) y gasto social (jubilaciones, pensiones y subsidios). El problema aquí es que los componentes del gasto e ingreso público están vinculados entre sí y se vinculan con otros aspectos de la economía, por lo cual, si variamos un componente los otros se verán afectados, a diferencia de lo que ocurre con la balanza de pagos donde la afectación es menor. Así un aumento del gasto público ocasionará un aumento de los impuestos, que se trasladarán a los precios, que hará que haya menor consumo, menor ingreso de las empresas y al final, menor recaudación. Por el contrario, un menor gasto público no necesariamente generaría menores impuestos, si los impuestos bajaran no necesariamente harían bajar los precios, si bajarán los precios no necesariamente aumentaría el consumo de bienes y por ende no habría mayor actividad económica y no habría cambios en la recaudación. Resumiendo, en la economía real es muy difícil lograr circuitos virtuosos de menor gasto, menor carga impositiva, mayor consumo y mayor actividad económica.
Pero la base del problema, lo podemos ver en el siguiente gráfico, que muestra la composición de la población argentina de aproximadamente 45 millones de personas, de las cuales solo 27 millones forman parte de la población activa, de esta 15 millones esta sin empleo, 6 millones trabaja formalmente en el sector privado, 3 millones trabaja formalmente en el sector público y 3 millones son trabajadores informales (monotributo mediante). Si bien los números no son exactos su aproximación nos permite ver la magnitud del problema: solo el 20% de la población integra el sector productivo, ya que el sector público no genera bienes económicos, pudiendo este ser menor ya que parte del sector informal integra el sector publico.




El gasto social que cubre a mas de 73% de la población debe financiarse con el aporte del 27% restante (cada persona que trabaja debe aportar para cubrir os requerimientos de otras 2 personas) y la productividad del 20% de la población debe cubrir al 80% restante, ya que el sector público no produce bienes económicos.
Planteado así el problema, mas que economistas y políticos necesitamos a Mandrake.



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