lunes, 1 de abril de 2013

Que linda era la democracia cuando teníamos una dictadura





Esta frase parafrasea a la famosa “Que linda era la república cuando gobernaba el emperador”, pronunciada en Francia a finales del siglo XIX en oportunidad de la crisis económica que sufrió el capitalismo europeo en esa época (la actual es una de otras tantas que produjo el capitalismo).
Tanto se aplica a nuestro país que Alfonsín gana las elecciones de 1983 enarbolando la consigna “con democracia se come, se educa….”, lo que pasó después no desmerece el sentido de la democracia, ni justifica a la mentalidad retrógrada de quienes decían: “con los milicos estábamos mejor”, solo establece que se esperaba otra cosa de los gobiernos  democráticos. Lo mismo nos pasó a algunos peronistas con los gobiernos de Menem y de los Kirchner.
La democracia, para algunos peronistas como yo, supone una construcción de naturaleza vertical pero en sentido de abajo hacia arriba. No es que se niegue la historia propia del movimiento, sino que en las circunstancias históricas de su surgimiento y por la formación militar del propio Perón, la estructuración vertical de arriba hacia abajo era lógica en la conformación inicial de la organización política. Pero el golpe militar del 56 primero y la muerte de Perón después, dejo trunca la evolución hacia una organización vertical de abajo hacia arriba.       
       Este sentido de la organización supone que son las bases quienes eligen sus representantes sobre una base territorial, al contrario de la actual superestructura de nivel nacional que interviene en la elección (o produce la designación directa) de los representantes territoriales de base. Esta deformación de la democracia representativa de los partidos políticos (que no solo afecta al partido justicialista), se reproduce a niveles de organización territorial, así la superestructura nacional genera una superestructura provincial y esta una superestructura municipal, donde la designación de los dirigentes se realiza por designación o apoyo del “aparato” político vigente. Al producirse una dirigencia política no sustentada en la representación legítima de sus bases e impedir el surgimiento de nuevos representantes políticos se impide una renovación que permita la renovación de dicha dirigencia.
Hoy la clase dirigente parece cada vez más una caja de botones, con cada movimiento (las elecciones generales) se cambian de lugar los que están arriba o abajo, pero los botones son siempre los mismos. Así, quienes adhieren ideológicamente a un partido político, pero no coinciden con la línea interna imperante de la superestructura, se ven impedidos de llevar a delante su propuesta dentro de la estructura partidaria. El resultado es la fuga de militantes hacia otras fuerzas políticas o la creación de nuevas. En el peronismo, el caso de Chacho Álvarez con el FEPASO, durante el menemismo fue uno de los emblemáticos, la actual división del peronismo bonaerense que concurrió y piensa concurrir en varias listas. Este fenómeno también se dio en el radicalismo con Carrió y Stolbizer, que dieron origen al ARI y al GEN respectivamente.
Esta diáspora no solo diluyó una representación ideológicamente más amplia de los partidos políticos tradicionales, sino que frenó la construcción de alternativas en el seno de estos partidos contribuyendo al sustento de la superestructura imperante. Adicionalmente la carencia de una estructura de base lleva, o más bien justifica, la poca participación de los jóvenes en la política y la designación de funcionarios entre amigos y conocidos de los actuales dirigentes, quienes se convierten en sustento político y relevo político de quienes los designaron. En esta dinámica la renovación es vía parentesco y amiguismo, lo que refuerza la desilusión del resto de la población respecto de la “clase política” dirigiendo los intereses de quienes quieren participar hacia organizaciones no gubernamentales donde canalizan sus inquietudes de participar en la “cosa pública”.
El riesgo actual es que la superestructura política tiene una capacidad limitada de lograr el apoyo, tanto por parte de la mayoría de la población como de instituciones no gubernamentales,  que compiten con las instituciones del estado (cooptadas por la superestructura oficial). Así se busca movilizar una “militancia rentada” mediante puestos de trabajo dentro del propio estado, mediante de subsidios sociales (planes, cooperativas de trabajo, etc.) o mediante puestos en empresas administradas por el estado. Aun así, se necesita mayor presencia institucional, lo que lleva a la cooptación o la lisa y llana apropiación de instituciones no gubernamentales, sindicales, periodísticas o intelectuales.
Así, tenemos un estado que funciona en base a una militancia rentada, instituciones que responden a los intereses de una superestructura política, decepción de quienes tienen un interés en participar y falta de renovación de una clase política que se mantiene incólume desde aquel “que se vayan todos”. Esta democracia no es la que deseábamos en la época del gobierno militar, quizás pensábamos en una democracia utópica donde podíamos comer, estudiar, trabajar, curarnos y tantas otras cosas que hoy añoramos.

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