Esta frase
parafrasea a la famosa “Que linda era la república cuando gobernaba el emperador”,
pronunciada en Francia a finales del siglo XIX en oportunidad de la crisis
económica que sufrió el capitalismo europeo en esa época (la actual es una de
otras tantas que produjo el capitalismo).
Tanto se
aplica a nuestro país que Alfonsín gana las elecciones de 1983 enarbolando la
consigna “con democracia se come, se educa….”, lo que pasó después no desmerece
el sentido de la democracia, ni justifica a la mentalidad retrógrada de quienes
decían: “con los milicos estábamos mejor”, solo establece que se esperaba otra
cosa de los gobiernos democráticos. Lo
mismo nos pasó a algunos peronistas con los gobiernos de Menem y de los Kirchner.
La democracia,
para algunos peronistas como yo, supone una construcción de naturaleza vertical
pero en sentido de abajo hacia arriba. No es que se niegue la historia propia
del movimiento, sino que en las circunstancias históricas de su surgimiento y
por la formación militar del propio Perón, la estructuración vertical de arriba
hacia abajo era lógica en la conformación inicial de la organización política.
Pero el golpe militar del 56 primero y la muerte de Perón después, dejo trunca
la evolución hacia una organización vertical de abajo hacia arriba.
Este sentido de la organización supone que son
las bases quienes eligen sus representantes sobre una base territorial, al
contrario de la actual superestructura de nivel nacional que interviene en la
elección (o produce la designación directa) de los representantes territoriales
de base. Esta deformación de la democracia representativa de los partidos
políticos (que no solo afecta al partido justicialista), se reproduce a niveles
de organización territorial, así la superestructura nacional genera una
superestructura provincial y esta una superestructura municipal, donde la
designación de los dirigentes se realiza por designación o apoyo del “aparato” político
vigente. Al producirse una dirigencia política no sustentada en la
representación legítima de sus bases e impedir el surgimiento de nuevos
representantes políticos se impide una renovación que permita la renovación de
dicha dirigencia.
Hoy la clase
dirigente parece cada vez más una caja de botones, con cada movimiento (las
elecciones generales) se cambian de lugar los que están arriba o abajo, pero
los botones son siempre los mismos. Así, quienes adhieren ideológicamente a un
partido político, pero no coinciden con la línea interna imperante de la
superestructura, se ven impedidos de llevar a delante su propuesta dentro de la
estructura partidaria. El resultado es la fuga de militantes hacia otras
fuerzas políticas o la creación de nuevas. En el peronismo, el caso de Chacho Álvarez
con el FEPASO, durante el menemismo fue uno de los emblemáticos, la actual
división del peronismo bonaerense que concurrió y piensa concurrir en varias
listas. Este fenómeno también se dio en el radicalismo con Carrió y Stolbizer,
que dieron origen al ARI y al GEN respectivamente.
Esta diáspora no
solo diluyó una representación ideológicamente más amplia de los partidos
políticos tradicionales, sino que frenó la construcción de alternativas en el
seno de estos partidos contribuyendo al sustento de la superestructura
imperante. Adicionalmente la carencia de una estructura de base lleva, o más
bien justifica, la poca participación de los jóvenes en la política y la
designación de funcionarios entre amigos y conocidos de los actuales
dirigentes, quienes se convierten en sustento político y relevo político de
quienes los designaron. En esta dinámica la renovación es vía parentesco y
amiguismo, lo que refuerza la desilusión del resto de la población respecto de
la “clase política” dirigiendo los intereses de quienes quieren participar
hacia organizaciones no gubernamentales donde canalizan sus inquietudes de
participar en la “cosa pública”.
El riesgo actual
es que la superestructura política tiene una capacidad limitada de lograr el apoyo,
tanto por parte de la mayoría de la población como de instituciones no gubernamentales,
que compiten con las instituciones del
estado (cooptadas por la superestructura oficial). Así se busca movilizar una “militancia
rentada” mediante puestos de trabajo dentro del propio estado, mediante de
subsidios sociales (planes, cooperativas de trabajo, etc.) o mediante puestos
en empresas administradas por el estado. Aun así, se necesita mayor presencia
institucional, lo que lleva a la cooptación o la lisa y llana apropiación de
instituciones no gubernamentales, sindicales, periodísticas o intelectuales.
Así, tenemos
un estado que funciona en base a una militancia rentada, instituciones que responden
a los intereses de una superestructura política, decepción de quienes tienen un
interés en participar y falta de renovación de una clase política que se
mantiene incólume desde aquel “que se vayan todos”. Esta democracia no es la
que deseábamos en la época del gobierno militar, quizás pensábamos en una
democracia utópica donde podíamos comer, estudiar, trabajar, curarnos y tantas
otras cosas que hoy añoramos.
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