martes, 1 de abril de 2014

Las victimas del miedo



Si pensamos en el hombre primitivo, cuando ese hombre veía una fiera que ponía en peligro su vida se generaba una descarga de adrenalina que actuaba como potenciador de su fuerza física para escapar o pelear. El miedo estaba en el origen de esa descarga de adrenalina, un miedo que reconocía el peligro de una fiera, o de las señales que anunciaban su presencia (sonidos, olor, etc). En el hombre moderno esa descarga de adrenalina está presente en competencias, respuesta ante accidentes o peleas o en la práctica de deportes extremos. Hoy el hombre medio argentino tiene miedo, a ser victima de la inseguridad y cree reconocer en estereotipos sociales a su posible victimario, de allí es estrés que le provocan determinadas situaciones, personas o lugares. Este hombre con miedo busca conjurar su miedo, algunos participan en reclamos colectivos, marchas de protestas por al inseguridad, se arman, instalan alarmas o consumen innumerable cantidad de elementos que son mas peligrosos para quien los usa que para quienes podrían ser los destinatarios.
Ese hombre no se encuentra contenido por las instituciones del estado encargadas de darle seguridad, que en definitiva tienen que hacer que el miedo desaparezca o al menos sea mínimo y le permita desarrollar su actividad cotidiana sin temores. Al ver a un uniformado, no siente seguridad sino inquietud debido a nuestro pasado trágico donde la presencia del uniformados se asociaba a la represión o al terrorismo de estado, o debido al imaginario que vinculan a policías con un mal desempeño de su función sea por incapacidad o por vinculación con delincuentes. Al delincuente se lo imagina impune ya sea porque no se lo detiene o porque si es detenido queda libre al poco tiempo.
Este miedo crece en el hombre y es curioso como personas que parecen racionales toman conductas paranoicas. He sido testigo de alguna de ellas como: cruzar la calle si hay un grupo de dos o mas personas que asocian con el imaginario de delincuentes (en algunos casos no alcanzan a percibir que son obreros de la construcción u otro tipo de trabajadores, por el tipo de vestimenta), no realizan ciertas actividades en algunos horarios (pasear al perro de noche) y cosas por el estilo.
Ese hombre se encuentra frente a un delincuente reducido, y el miedo se transforma en un accionar irracional de violencia, donde descarga toda su impotencia, su miedo golpeando entre varios a una persona indefensa.
Esa persona es también una víctima, así como el delincuente. Quizás al delincuente se le considere la situación social en la que estuvo sumergido toda su vida, de donde cayó en el delito como consecuencia casi natural. Pero también se debe considerar al linchador como victima de su miedo, alimentado por la sensación de inseguridad en la que vive.
Ambos son victimas del abandono del estado, en el caso del delincuente por permitir y/o generar condiciones económicas y sociales de marginalidad de donde emerge todo tipo de delito; y en el caso del linchador por las mismas razones además de no encausar a las instituciones que deben garantizar el sentimiento de seguridad de las personas.
En síntesis, al escribir esto no puedo dejar de sentir un sabor amargo al recordar que desde que empecé a estudiar los temas de seguridad pública alerté sobre los riesgos de la ruptura del contrato social en el sentido dado por Hobbes. Lamentablemente esta ruptura genera consecuencias que no se agotan en la reacción circunstancial, que constituye una conducta esporádica, el verdadero riesgo es la generación de conductas activas y sistemáticas como ya señalé en el caso de los grupos de autodefensa mejicanos. Estamos empezando a a caminar hacia ese futuro, Dios quiera que los responsables de evitar esto tomen conciencia y actúen en consecuencia.




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