La violencia siempre
existió en Argentina, hasta se podría decir que es fundacional.
Existen pocos hechos históricos no relacionados con la violencia, la
violencia ejercida en la conquista, la violencia del control
virreynal y la violencia de las reacciones libertarias, la violencia
de las guerras de la independencia, la violencia de las guerras
civiles, la violencia en al imposición del orden constitucional y
las violencias surgidas por las alteraciones e intentos de alterar el
orden constitucional. Se creyó que el terrorismo de estado
instaurado en el último golpe militar de 1976 era la peor expresión
de la violencia que había ocurrido en el país.
Creo que estas formas de
violencia nada tienen que ver con la actual forma de la violencia que
existe en nuestra sociedad. Las anteriores formas de violencia eran
focalizadas y causales, era la violencia de un grupo, partido o
sector social que se enfrentaba con otro, había una sola causa que
desataba la violencia y los grupos que ejercían la violencia se
identificaban con distintas posiciones. La violencia era explicable,
las causas (justas o no) obedecían a conflictos que desembocaban en
actos violentos (atentados, guerras, represión, etc.), los
protagonistas asumían una posición frente al conflicto y tanto
victimas como victimarios se restringían a los bandos en conflicto
(salvo ocasionales “daños colaterales”).
La actual forma de la
violencia está instalada en distintos sectores sociales y no
responden a las anteriores formas de violencia. Entre estas nuevas
formas de violencia, la asociada al delito es la que recibe mas
atención en los medios y es descrita como “falta de códigos”
(incluso por delincuentes tradicionales), donde el comportamiento
pasivo de la victima no lo exime de ser golpeado, herido e incluso
asesinado; la violencia de género es otra manifestación de la
violencia instalada en forma transversal en la sociedad, puesta de
manifiesto por la necesidad de crear comisarías de la mujer para
enfrentar estas conductas que llegan al delito; la violencia en los
espectáculos deportivos que llega a límites impensables en el
supuesto colectivo de fanatismo deportivo, contradiciendo el mismo
espíritu mafioso que se ha instalado en las “barras bravas” de
los clubes de fútbol, donde la violencia se ejerce como forma de
ejercer u obtener el control, y no de agresión injustificada; la
violencia en grupos adolescentes expresada por peleas frente a
locales de diversión, “bulling” en redes sociales, adhesión a
grupos que utilizan la violencia como forma de expresión, etc.; la
violencia en las relaciones interpersonales expresada en el aumento
de delitos entre particulares (agresión, lesiones e incluso
homicidio), por causas de disputas menores como problemas de
tránsito, disputas vecinales, disputas amorosas, etc.; podríamos
señalar otras de menor impacto mediático, pero como muestra sobran
estos botones.
Aparte de la dimensión
delictiva de la violencia, existen formas de convivencia que se
tornaron violentas sin llegar a niveles de repercusión mediática
salvo casos muy puntuales. Entre estas formas de relaciones violentas
podemos citar las conductas empresariales respecto al empleo, donde
se despide a un empleado con una causa supuestamente justa a los
efectos que reclame judicialmente para negociar mejor su
indemnización, los concursos con candidatos previamente
seleccionados que solo justifican una decisión tomada y son
apelados, recusados o cuestionados, los exámenes con objeto de
seleccionar determinados perfiles de personas (un colegio privado
tomando un examen a un chico con vestimenta “dark” o “punk”,
es el mejor ejemplo), las colas a que se someten a los afiliados de
PAMI para que se les receten los medicamentos que necesitan, los
controles abusivos de funcionarios públicos que mas de una vez solo
justifican el pedido de coima, la burocracia de organismos de
asistencia social que condiciona la ayuda a personas con necesidades
urgentes al cumplimiento de trámites casi absurdos, y así se podría
seguir con innumerables ejemplos.
Debería esclarecerse el
origen de esta espiral de violencia cotidiana que atraviesa la
sociedad argentina, ya que una sociedad que ha logrado vivir mas de
30 años en democracia por primera ves en su historia reciente
debería haber desarrollado hábitos de convivencia que redujeran la
violencia como forma de resolución de sus conflictos.
Una primera aproximación
es buscar en la conducta del actor social responsable de establecer
mecanismos de regulación social hechos u omisiones que exacerben
conductas violentas y que no se establezcan mecanismos de regulación
individual y colectivas de conflictos que se encausen en conductas
violentas. Para ello debemos analizar el rol de uno de los poderes
fundamentales del estado: el poder de policía. Este no es el poder
de represión, sino es el instrumento de regulación de los
conflictos sociales, es el uso de la autoridad (no el autoritarismo)
delegada por la sociedad para su propia defensa. Así, la legítima
fuerza (no la violencia) actúa como elemento disuasorio del no
acatamiento del orden social establecido. Por supuesto que el uso de
la fuerza implica racionalidad y adecuación a las circunstancias, ya
que el uso de la fuerza en forma irracional es violencia no
justificada, como se da en los casos de “gatillo fácil”. También
es necesario que exista un orden social establecido legítimamente,
ya que las dictaduras también establecen un orden social claramente
ilegítimo. El orden social debe también ser justo, pues el uso de
la fuerza como forma de represión de reclamos sociales y laborales
desvirtúa a las instituciones policiales que actúan en defensa de
intereses sectoriales y no como garantes del orden social. Así
surge como principal responsable político: el estado que, por
acciones contradictorias u omisiones en la generación de
regulaciones sociales, está ausente en la regulación de la conducta
de sus ciudadanos.
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