Ya nadie duda que vivimos una etapa de consolidación del liberalismo de mercado, no solo en lo económico, sino también en lo político, social y cultural. Este fenómeno también afecta a la educación, que pasó de ser un bien social a un bien económico, que se ofrece en un mercado educativo, donde la educación privada compite entre si y contra la educación pública. La educación privada surgió en nuestro país, expresando la necesidad de sectores de la sociedad que consideraba necesario una educación con características particulares, como lo fueron las escuelas confesionales y en ese contexto, la educación privada complementaba a la educación pública ofreciendo una educación con características particulares que satisfacía a determinados sectores de la sociedad.
Las características del proceso de consolidación del liberalismo de mercado como ideología dominante son: la reducción del estado en todas sus dimensiones en lo político, la mercantilización de los bienes sociales en lo económico y la competencia como forma de organización social. En este contexto, vemos que la educación, pasa de ser un bien público a ser un bien de mercado, que ofrece soporte a quienes compiten por su ubicación en el contexto social y laboral. El sistema educativo se transforma en oferta educativa, donde los oferentes compiten por la preferencia de los educandos, ofreciendo, facilidades de estudio, mejores profesores (al menos en el criterio de mercado vigente) y vinculaciones horizontales (entre alumnos) y verticales (con los profesores) con quienes los puedan relacionar con futuras fuentes de trabajo (la estrategia de esta “oferta” educativa es que sus educandos convivan con personas que trabajan en empresas o sean alumnos de dirigentes de empresas que pueden contratarlos en un futuro).
La educación pública se convierte de generadora de igualdad de oportunidades en paleadora de necesidades sociales, donde el derecho a la educación se transforma en el reclamo por inserción social mediante la posesión de una titulación. Quienes antes trataban que sus hijos se educaran, hoy reclaman que se los alimente y eduque, educación a la que consideran como producto que se adquiere por medio de la permanencia en la escuela y toda evaluación que indique lo contrario es resistida tanto por alumnos como por sus progenitores, como si una mala evaluación fuera una forma mas de marginación. Así, la educación producto se transforme en la consideración social, no como el fruto de una construcción conjunta de dedicación y esfuerzo por docentes y alumnos, sino en un objeto que se exhibe, se adquiere o se negocia. Este desvalor, provoca conflictos entre docentes y alumnos, ya que el alumno percibe que la educación que recibe es un producto que paga con permanencia y no el resultado de su propio esfuerzo dirigido y soportado por el docente. El docente, al percibir lo mismo, valúa su esfuerzo en función de la magra retribución que recibe; y que no solo es la monetaria, sino la pobre consideración social de su función.
Definido este escenario, educativo el egresado exhibe su titulación como producto con una determinada marca, agregándole “egresado de ...”, como forma de valorar su título. El egresado del sistema público, resigna posibilidades y oportunidades, ya que solo algunas universidades públicas gozan del prestigio suficiente para valorizar a sus egresados, los cuales exhiben la misma conducta que quieres egresan de la educación privada, consolidando el modelo de pensamiento competitivo y la mercantilización de la educación que reduce el proceso de enseñanza aprendizaje a la educación producto. Los niveles secundario y primario, tienen un comportamiento mas marcado aún, ya que las diferencias entre la educación privada y pública son mas marcados, terminando de consolidar un modelo social de competencia por la posición que se ocupa, donde la educación marca diferencias en lugar de igualar oportunidades.
Frente a esta diferencia, las políticas educativas no tienden a revalorizar la función de la escuela pública, a los decentes y a sus egresados. El promedio de cambios en el sistema es mayor que la permanencia de los alumnos, así un alumno a lo largo de su trayectoria educativa, atravesará varias modalidades educativas distintas, que en aras de una supuesta mejora, obliga a los docentes a reformular su tarea generando un esfuerzo adicional a la tarea docente, confunde a los alumnos y desconcierta a los padres. Estas medidas, durante los últimos 30 años han conducido al aumento de la burocracia educativa y no es extraño que en un futuro próximo tengamos mas burócratas diciendo como hay que enseñar que docentes enseñado.
La realidad, al decir de Serrat, lo que no tiene es remedio, y la mala formación del sistema educativo se estrella contra evaluaciones objetivas, la mayor de ellas es el ingreso universitario, donde estas falencias quedan en evidencia por la cantidad de fallas en los exámenes de ingreso y por una tasa de abandono que supera el 50% durante el primer año. Curiosamente, estos resultados no reflejan que la educación privada sea notoriamente mejor que la pública, o quizás muestre lo que nadie quiere ver, que el proceso educativo es mayoritariamente el fruto del esfuerzo individual guiado, que no puede obtenerse por reclamos, protestas o una elevada matrícula. El mercado puede ponerle precio a la “marca educativa”, pero no puede regular el esfuerzo del estudiante, que es lo que determina su éxito o el fracaso. En la sociedad competitiva, la educación producto marca diferencias que la educación pública no puede subsanar, al menos si no cambian las políticas de promoción del esfuerzo y la dedicación, empezando por el docente, pero la evidencia muestra que el esfuerzo individual si puede superar las diferencias de “marca educativa”, y ese el camino que deberían transitar las políticas públicas de educación.
Los sistemas de educación competitivos, forman personas centradas en obtener los mejores resultados para superar a los demás, si se copia ese molde en la educación pública, justificaremos la desigualdad como regla. Si se fomentan sistemas de educación solidarios, donde las metas no sean la superación de otros, sino la superación conjunta como forma de lograr la superación individual, si se reconoce el proceso educativo como una construcción conjunta de la dedicación del docente y el esfuerzo del alumno y si el estado reconoce la importancia que tiene una escuela, podemos tener una oportunidad en el futuro, o mas bien podemos llegar a tener un futuro. Esta propuesta no es utópica, el mejor sistema educativo, según las evaluaciones FISA realizadas por la Organización Mundial de Comercio (OCDE), señalan a Finlandia como el mejor sistema educativo, durante los últimos 10 años. Finlandia es un país socialista, con una educación de nivel básico de 12 años y 3 años de especialización (como el que ahora queremos abandonar porque se lo culpó del fracaso educativo), la educación es no competitiva y colaborativa, ya que se fijan los objetivos a cumplir y cuando hay alumnos que se atrasan el resto de los compañero los ayudan a recuperar el nivel general de la clase. En Finlandia los maestros no ganan mucho, pero es una de las tareas de mayor prestigio social, tanto que estudia 7 años en instituciones universitarias. No es una utopía, es una realidad que debemos adaptar (no copiar) a nuestro país.
Las características del proceso de consolidación del liberalismo de mercado como ideología dominante son: la reducción del estado en todas sus dimensiones en lo político, la mercantilización de los bienes sociales en lo económico y la competencia como forma de organización social. En este contexto, vemos que la educación, pasa de ser un bien público a ser un bien de mercado, que ofrece soporte a quienes compiten por su ubicación en el contexto social y laboral. El sistema educativo se transforma en oferta educativa, donde los oferentes compiten por la preferencia de los educandos, ofreciendo, facilidades de estudio, mejores profesores (al menos en el criterio de mercado vigente) y vinculaciones horizontales (entre alumnos) y verticales (con los profesores) con quienes los puedan relacionar con futuras fuentes de trabajo (la estrategia de esta “oferta” educativa es que sus educandos convivan con personas que trabajan en empresas o sean alumnos de dirigentes de empresas que pueden contratarlos en un futuro).
La educación pública se convierte de generadora de igualdad de oportunidades en paleadora de necesidades sociales, donde el derecho a la educación se transforma en el reclamo por inserción social mediante la posesión de una titulación. Quienes antes trataban que sus hijos se educaran, hoy reclaman que se los alimente y eduque, educación a la que consideran como producto que se adquiere por medio de la permanencia en la escuela y toda evaluación que indique lo contrario es resistida tanto por alumnos como por sus progenitores, como si una mala evaluación fuera una forma mas de marginación. Así, la educación producto se transforme en la consideración social, no como el fruto de una construcción conjunta de dedicación y esfuerzo por docentes y alumnos, sino en un objeto que se exhibe, se adquiere o se negocia. Este desvalor, provoca conflictos entre docentes y alumnos, ya que el alumno percibe que la educación que recibe es un producto que paga con permanencia y no el resultado de su propio esfuerzo dirigido y soportado por el docente. El docente, al percibir lo mismo, valúa su esfuerzo en función de la magra retribución que recibe; y que no solo es la monetaria, sino la pobre consideración social de su función.
Definido este escenario, educativo el egresado exhibe su titulación como producto con una determinada marca, agregándole “egresado de ...”, como forma de valorar su título. El egresado del sistema público, resigna posibilidades y oportunidades, ya que solo algunas universidades públicas gozan del prestigio suficiente para valorizar a sus egresados, los cuales exhiben la misma conducta que quieres egresan de la educación privada, consolidando el modelo de pensamiento competitivo y la mercantilización de la educación que reduce el proceso de enseñanza aprendizaje a la educación producto. Los niveles secundario y primario, tienen un comportamiento mas marcado aún, ya que las diferencias entre la educación privada y pública son mas marcados, terminando de consolidar un modelo social de competencia por la posición que se ocupa, donde la educación marca diferencias en lugar de igualar oportunidades.
Frente a esta diferencia, las políticas educativas no tienden a revalorizar la función de la escuela pública, a los decentes y a sus egresados. El promedio de cambios en el sistema es mayor que la permanencia de los alumnos, así un alumno a lo largo de su trayectoria educativa, atravesará varias modalidades educativas distintas, que en aras de una supuesta mejora, obliga a los docentes a reformular su tarea generando un esfuerzo adicional a la tarea docente, confunde a los alumnos y desconcierta a los padres. Estas medidas, durante los últimos 30 años han conducido al aumento de la burocracia educativa y no es extraño que en un futuro próximo tengamos mas burócratas diciendo como hay que enseñar que docentes enseñado.
La realidad, al decir de Serrat, lo que no tiene es remedio, y la mala formación del sistema educativo se estrella contra evaluaciones objetivas, la mayor de ellas es el ingreso universitario, donde estas falencias quedan en evidencia por la cantidad de fallas en los exámenes de ingreso y por una tasa de abandono que supera el 50% durante el primer año. Curiosamente, estos resultados no reflejan que la educación privada sea notoriamente mejor que la pública, o quizás muestre lo que nadie quiere ver, que el proceso educativo es mayoritariamente el fruto del esfuerzo individual guiado, que no puede obtenerse por reclamos, protestas o una elevada matrícula. El mercado puede ponerle precio a la “marca educativa”, pero no puede regular el esfuerzo del estudiante, que es lo que determina su éxito o el fracaso. En la sociedad competitiva, la educación producto marca diferencias que la educación pública no puede subsanar, al menos si no cambian las políticas de promoción del esfuerzo y la dedicación, empezando por el docente, pero la evidencia muestra que el esfuerzo individual si puede superar las diferencias de “marca educativa”, y ese el camino que deberían transitar las políticas públicas de educación.
Los sistemas de educación competitivos, forman personas centradas en obtener los mejores resultados para superar a los demás, si se copia ese molde en la educación pública, justificaremos la desigualdad como regla. Si se fomentan sistemas de educación solidarios, donde las metas no sean la superación de otros, sino la superación conjunta como forma de lograr la superación individual, si se reconoce el proceso educativo como una construcción conjunta de la dedicación del docente y el esfuerzo del alumno y si el estado reconoce la importancia que tiene una escuela, podemos tener una oportunidad en el futuro, o mas bien podemos llegar a tener un futuro. Esta propuesta no es utópica, el mejor sistema educativo, según las evaluaciones FISA realizadas por la Organización Mundial de Comercio (OCDE), señalan a Finlandia como el mejor sistema educativo, durante los últimos 10 años. Finlandia es un país socialista, con una educación de nivel básico de 12 años y 3 años de especialización (como el que ahora queremos abandonar porque se lo culpó del fracaso educativo), la educación es no competitiva y colaborativa, ya que se fijan los objetivos a cumplir y cuando hay alumnos que se atrasan el resto de los compañero los ayudan a recuperar el nivel general de la clase. En Finlandia los maestros no ganan mucho, pero es una de las tareas de mayor prestigio social, tanto que estudia 7 años en instituciones universitarias. No es una utopía, es una realidad que debemos adaptar (no copiar) a nuestro país.
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