domingo, 28 de marzo de 2010

El poder y la revolución


Si quisiéramos definir que es el poder, podríamos decir que es la capacidad de hacer que otras personas hagan lo que quien detenta el poder quiere que hagan, aunque estas personas quieran hacer otra cosa. Se podría decir que, el poderoso impone su voluntad sobre la voluntad de los otros. Estas definiciones nos definen a dos actores, el poderoso y el sujeto a dicho poder, lo que resulta esencial es que no puede existir el uno sin el otro. Esta relación simbiótica establece una relación de obediencia, que tiene dos dimensiones; una formal y otra esencial. La obediencia sobre aspectos formales no consolida en forma efectiva el poder, pero define los atributos del poder en forma pública. Los aspectos esenciales no suelen ser públicos, pero son la verdadera fuente del poder, al que obliga a actos que van contra la voluntad de los sujetos, tomemos como ejemplo un reinado medieval (para no generar resquemores), el acto formal era la jura de lealtad o vasallaje y el acto esencial era acompañar al gobernante en la guerra o pagar tributo. El primer hecho era meramente formal y público y salvo algún sentimiento de humillación no se involucraban intereses contrarios, pero en el segundo se comprometía vida y hacienda, nadie por propia voluntad pelea en una guerra ajena o cede parte de su trabajo.

Las formas del poder han evolucionado en el tiempo, desde el ejercicio individual del poder, al ejercicio compartido, a formas más o menos deliberativas, llegando al estado moderno, que surge junto con el poder que alcanza el orden burgués. Se genera, a partir de allí, un desdoblamiento entre el poder administrativo y el poder económico. De acuerdo a la anterior definición, el poder político ocupa el ámbito administrativo de la sociedad, ejerciendo el poder formal; mientras que el poder económico ejerce el poder esencial del funcionamiento de la sociedad. Quien discrepe con esta apreciación, no tiene más que hacer un análisis crítico y revisionista de la historia, ejemplos sobran, pero quizás el mejor argumento esta impreso en la mayoría de las introducciones de los libros de economía (tengan la ideología que tengan): la economía determina que se produce (fabricas, empleo, generación de riqueza, etc.), como se fabrica (tecnología y educación, entre otras cosas) y para quien se fabrica (distribución de la riqueza o de lo que se produce, como parte mas importante); creo que lo demás es redundante.

Si vemos la evolución que hemos sufrido desde nuestro antecesor medieval, jurando servidumbre, yendo a la guerra y pagando impuestos; vemos que nuestra situación actual no es muy diferente. El soberano, o como lo llamemos, no es elegido por Dios, sino que Dios deposita su poder sobre el pueblo quien lo elige como soberano por un lapso finito de tiempo (versión teológica de la transición entre monarquía y democracia); de todos modos el pueblo no gobierna ni delibera en forma directa. La guerra, a pesar que es declarada por el estado, se genera y termina en función de intereses económicos, cualquier análisis en contrario deberá torcer la realidad de lo hachos. Los impuestos se siguen pagando sobre toda actividad que realiza la gente, desde la producción hasta el consumo, con lo cual no estamos mejor que el siervo de la gleba, nuestros impuestos pagan el funcionamiento del estado y las deudas que este contrae ¿adivinen con quién?, al mismo poder económico que financió al estado y produjo los bienes y servicios que se utilizaron. En síntesis, el estado actúa como poder formal mediante elecciones y actos administrativos, pero la guerra y los impuestos siguen yendo a las manos de quienes detentan el poder esencial: el poder económico.

El mentado fenómeno de globalización, es solo la extensión de estos poderes a nivel mundial, mediante la utilización del desarrollo tecnológico. El vasallaje de los señores feudales, se transformó en alineamiento de países mediante tratados internacionales, transferencia de capitales y financiamiento por organismos internacionales de crédito. Las naciones reemplazan el juramento de vasallaje por acuerdos, en función de los cuales participan en guerras y se endeudan mas allá de cualquier posibilidad de pago que no comprometa su desarrollo autónomo; y nuevamente se benefician los mismo; quienes lucran con las guerras proporcionando armas y fondos, obteniendo recursos naturales a precios viles y cobrando los pagos de las deudas externas nacionales.

El poder solo puede cambiar mediante actos revolucionarios, los cuales no son violentos (a pesar de Fanon y otras teorías foquistas). La historia nos muestra que los actos revolucionarios parten del simple concepto de negar la relación de poder tanto en lo formal como en lo esencial. Tomemos algunos ejemplos: Jesús de Nazaret, decía ante un impero romano estructurado en castas y para quien la guerra era el instrumento de dominación, que todos los hombres éramos iguales y que los hombres debían amarse unos a otros en lugar de pelear o dominarse. Gandhi, que enfrentó al impero británico con actos simples como usar la sal de sus salinas y tejer su propia ropa, utilizando la no violencia frente un ejercito de ocupación colonial. Actos simples que implican la negación del poder instituido pueden ser: no pagar deudas externas, o cancelarlas y no volver contraerlas, o mantener a las deudas públicas en montos que no comprometan el desarrollo autónomo del país, el desarrollo autónomo de una economía nacional, el no alineamiento con los grandes intereses, y podríamos seguir, pero en esencia los actos revolucionarios son la negación de la relación de dependencia con el poder.

El acto revolucionario no es un acto de protesta, no es una desobediencia o una rebeldía, es básicamente, la negación efectiva de la relación poder, expresada mediante un acto, que por pequeño que sea, afecta la relación de dominación. La protesta es un acto testimonial que suele realizarse mayoritariamente ante hechos puntuales que plantea el poder formal, pero no concreta ninguna acción de negación efectiva del poder real. La desobediencia, es un acto aislado, y a menos que se enmarque en una estrategia más amplia, se orienta a un efecto puntual de la relación de poder. La rebeldía es la desobediencia a los aspectos formales de la relación de poder, generalmente no compromete la relación efectiva del poder real. Estas diferencias, son muy importantes ya que determinan la forma en que el poder real o formal las reprime.

No existe acto revolucionario sin represión por parte del poder real o formal, esta es una premisa esencial para identificar su verdadera naturaleza, la diferencia entre la represión del poder formal y del poder real es su eficacia. El poder real suprime las consecuencias que puede traer un acto revolucionario y no involucra al protagonista del acto a menos que este prolongue su accionar en las consecuencias del acto. El poder formal centra su accionar represivo sobre el protagonista del acto revolucionario y en algunos casos justifica el accionar del poder real. Un acto revolucionario lo planteó Saddam al querer convertir sus petrodólares en euros, y cambiar el curso de la comercialización del petróleo iraquí, las consecuencias son públicas. John Lennon planteó la no violencia, la solución pacífica de conflictos, lo mismo de Martin Luther King Jr. El mismo Gandhi era un problema pues era la conciencia del país, como también lo fueron, aunque no en la misma medida, John F. Kennedy y su hermano Robert. En nuestro país podemos hablar de Moreno, Rosas, Irigoyen y Perón. Si vemos como fueron suprimidos por el poder real, y no solo ellos sino los actos revolucionarios que realizaron y cuyas consecuencias se proyectaban hacia el futuro, podemos ver como se suprime a protagonistas y las consecuencias de actos revolucionarios.

Somos hoy en día, al igual que nuestros antepasados siervos de la gleba, vasallos de un poder mundial, que se sostiene por estados formales. Este poder se consolida contrayendo lazos políticos, económicos, culturales y religiosos, de modo que se generan formas de gobierno y de representación débiles y fácilmente manejables, desarrollos económicos condicionados por capitales y tecnologías extranjeras, sistemas educativos públicos pobres y educación privada eficiente, medios de difusión que entretienen desvalorizando la cultura autóctona y fomentando una cultura universal que no es otra que la del sometimiento al nuevo orden y por último las instituciones religiosas que en la búsqueda de la consolidación de poder político abandonan los mensajes trascendentales que deberían difundir y defender. Esa consolidación de poder genera como forma de represión e incluso de prevención (prefieren curarse en salud): la formación de castas de funcionarios políticos, la corrupción institucionalizada, el debilitamiento institucional, las enormes deudas públicas, los sistemas económicos débiles y los sistemas productivos altamente dependientes, la exclusión social, la educación pública deficiente, la dependencia tecnológica, la desculturización, la alienación social, la subvaloración de lo propio y la resignación como respuesta.

Frente a esto la estrategia es simple, pero requiere coraje y decisión, el primer paso es un paso que debe dar cada uno en forma personal; la toma de conciencia, una toma de conciencia general, inclusiva, moral, ética, religiosa, social, cultural, política y económica, sin la plena conciencia de nuestra relación de dependencia hacia el poder real, nada es posible. A partir de la toma de conciencia, adquirir el convencimiento que podemos cambiar el orden establecido por el poder vigente, que nuestros actos deben ser cotidianos, debemos comunicar, enseñar, ayudar a ver la realidad, cambiar pequeñas conductas, nuestra fuerza no es la de la bestia, no la violencia, el acto de rebeldía o la desobediencia, la verdadera revolución está en la continuidad cambios simples, con plena conciencia. Los pequeños actos revolucionarios son apagar la TV y leer un libro, pasar mas tiempo con nuestros hijos y ayudarlos a tener una mejor educación, no dejarnos arrastrar por la mayorías, detenernos pensar, escuchas todas las voces aún las mas pequeñas, buscar el sentido común como inspiración, descreer de las modas impuestas y buscar nuestras raíces, participar, ir a una reunión barrial, de la cooperadora del colegio de nuestros hijos, ir a un partido político, elegir y no seguir, buscar dentro nuestro las raíces de nuestra fe o moral, tratar de hacer hoy algo que antes no hacía, paso a paso, día a día, no es necesario que hagamos apología de nuestra revolución, nuestros actos hablarán por nosotros, alguien nos seguirá, alguien nos imitará, alguien tomará conciencia, así se acumula una tensión social, que no estalla en actos violentos pero que dará respuestas contundentes y debilitará la relación que ha establecido el poder real. Así sea.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

la verdadddddddd no lo lei todo pero esta reinteresante eso ya lo sabes jejeje lo que me preocupa que haya cero comentarios. veo que los comentsarios los aprobas vos es porque no huvo o porque no los aprobastes? este el mio tampoco es para que lo apruebes es solo para ti y espero conocerte o no se si nos conocemos yo soy de pedro luro ya te abras dado cuenta y tengo mucho interes en charlar de politica con vos. un abrazo juan

Ing. Alejandro Molina dijo...

Juan, no hay muchos comentarios, y salvo algunos desubicados, la mayoría no los filtro. Así que cuando quieras nos juntamos a hablar de política.Un abrazo