Parece mentira que a casi más de 400 años de la llegada de los españoles a América, América latina y en particular Argentina no haya superado sus estructuras coloniales, no tanto las políticas pero sí las económicas y las culturales.
Históricamente, los imperios se imponían sobre los pueblos conquistados por medio de la fuerza, ya sea mediante la conquista militar o mediante el sometimiento de los pueblos. Esta hegemonía de los imperios dominantes, que comenzaba por la fuerza, se continuaba en lo político y económico y se consolidaba en lo cultural. Así se imponía a los pueblos conquistados un gobierno con una estructura dictada por el imperio en el que también tenía participación miembros del pueblo sojuzgado, el fin de este gobierno era garantizar el manejo de los asuntos de estado, la administración de la justicia, que debía incorporar las normas del imperio. Se continuaba en lo económico, primero mediante impuestos y luego adaptando las estructuras de producción a las necesidades del imperio, finalmente y mediante la introducción del idioma en la estructura de gobierno y las pautas culturales del imperio, se disolvía la identidad del pueblo, se adoptaba la cultura dominante y se defendía el interés del imperio como si fuera propio.
El devenir de los tiempos fue cambiando los modos en que los imperios, se imponían sobre otros pueblos, aunque casos como Afganistán, Irak, Chechenia y otros tantos, nos hace pensar que los cambios fueron mas de forma, que de fondo, y que llegado el momento la utilización de la fuerza sigue siendo la forma en que los imperios sojuzgan a los pueblos. De todos modos la tendencia histórica, muestra que el poder militar actúa como elemento disuasivo de la resistencia al dominio que se impone, y no se tiende a recurrir a las acciones de fuerza. Pero el proceso de dominación sigue tanto en lo económico, como en lo cultural.
El dominio económico, se consolida mediante un intercambio comercial asimétrico, que reemplaza al impuesto que imponían los imperios y finamente se adapta la estructura productiva a el rol que el imperio establece mediante nuevas y convenientes “divisiones internacionales del trabajo”, justificadas mediante las “ventajas competitivas de las naciones”
También se difunde una cultura dominante, mediante el idioma (pensemos hace cuanto que el inglés es la segunda lengua del mundo occidental no sajón), la música, la literatura, los medios de comunicación (los cuales son los más funcionales), la difusión de ideologías que defienden los intereses del imperio (aunque las disfracen de “ideas técnicas no políticas”) y sobre todo la marginación de todo pensamiento que se oponga es esta visión única del interés general, que lejos de favorecer a los intereses de los pueblos sojuzgados, ahonda en la dependencia al imperio. Esta “globalización cultural” no es nada más que la manifestación del sometimiento de los pueblos al poder hegemónico mundial.
Este fenómeno político, económico y cultural, es aquello que llamábamos en los 70 la teoría de la dependencia, que era algo más concreto y extenso que lo postulado por Prebish, ya que se extendía no solo a lo económico, sino que lo económico se enmarcaba en una teoría mucho más general que le daba contenido. Maliche era una víctima de esa dependencia, y la cercana presencia de las espadas españolas (junto con la cruz, que era más peligrosa) la justificaba mas que a algunos economistas, intelectuales y políticos mediáticos que viven pontificando medidas que solo nos hunden cada ves en una dependencia, que hoy mas que nunca se apoya en lo cultural, pues se defienden mas los intereses ajenos que los propios. ¡Hay maldición de Malinche!
martes, 23 de diciembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario